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El APRA, el partido político más grande del país, está en crisis; su máximo líder, Alan García, no logró una buena performance en las últimas elecciones. Después de haber hecho un primer gobierno malo y un segundo muy bueno, no pudo influir en el electorado.

Los pasivos de su último gobierno, como son los “petroaudios”, los indultos cuestionados, el caso “Chinguel” y los allegados a las suites de Canaán, sirvieron a sus adversarios para una deliciosa campaña demoledora, auspiciada en gran parte desde Palacio de Gobierno.

Ahora se habla de una renovación, de una resurrección, de una corriente nueva que pueda levantar las banderas de Haya de la Torre y recuperar ese espacio de centro izquierda que siempre tuvo.

Pero recuperar ese lugar de la lucha por las 8 horas de trabajo, de combatir las dictaduras de Leguía y Sánchez Cerro, de esa austeridad y honradez con la que vivió Haya, requiere de gestos, de liderazgos que lo acerquen al pueblo, que lo identifiquen con los pobres, con los trabajadores manuales e intelectuales.

Por eso no entiendo: ¿qué hace el APRA en la Mesa Directiva del Congreso presidida por el fujimorismo?

¿Es que no se acuerdan los compañeros de que Fujimori dio un golpe de Estado el 5 de abril de 1992, disolvió el Congreso y mandó a apresar a Alan García?

Los líderes más respetados del APRA después de Alan, como son Mauricio Mulder y Enrique Cornejo, tienen la palabra.

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