Respeto, palabra imprescindible, necesaria, a veces hasta mágica. Palabra que en estos últimos tiempos parece olvidada, en desuso, tristemente dejada de lado, pero si estuviera pegadita como la piel al cuerpo, nadie enarbolaría la ofensa como bandera. En estos tiempos la hemos visto tan vapuleada, que sería bueno recordar que teniéndola en cuenta más se gana que se pierde. Respeto una vez más y atentos quienes tienen la gran oportunidad de estar frente a un programa de televisión y radio. La libertad de opinión, de decir lo que uno piensa, de defender ideales, no se contrapone a ese límite que hay que tener en cuenta y que el respeto marca para no pasar de la polémica al insulto. No critiquemos sin reparo a ciertos conductores de televisión de los programas de espectáculos que califican, agreden a las figuras mediáticas de la televisión, cuando muchos “ilustrados” comunicadores desde sus espacios hacen lo mismo con los que no piensan políticamente como ellos o con los que tienen rencillas personales. Y tampoco van por buen camino quienes para mostrar su desacuerdo con tal o cual personaje polémico, que es poco o más que el diablo en carne y hueso, terminan convirtiéndose en lo que tanto critican, con una capacidad para el ataque y el insulto que asombra. Es hora de tranquilizarnos, de darnos cuenta de que si se trata de violencia, nuestro país tiene demasiada, duele y continúa inexorable sin posibilidad inmediata de terminar. Ya es tiempo de bajar las revoluciones y no alimentar más odios, y en lugar de desparramarlos por programas de televisión, de radio, redes sociales y páginas web, en lugar de tanta bronca sin límite, ¿no sería mejor que los temas que supuestamente nos dividen se puedan debatir en los mismos escenarios que hoy arden como trincheras de guerra? Hay que ponerle ganas, se puede, no todo está perdido, y los medios de comunicación tienen mucha responsabilidad en que esto cambie. Debate verdadero, mucha información, hablar claro de los asuntos que a todos nos competen, siempre será mejor que escudarse en que el otro no entiende y que es inútil el diálogo. Se avecinan tiempos difíciles, no alimentemos más la división amparados en la discriminación, el fanatismo y la intolerancia. Y a repetir cien, mil y más veces: respeto ante todo. Allí se terminan los insultos para dar paso a una mejor convivencia, la que todos queremos, la que todos merecemos.