La única posibilidad de que Rusia y China decidan una alianza puede explicarse a partir de la necesidad de buscar un equilibrio al inmenso poder de la superpotencia: Estados Unidos. Deben afirmar un mundo multipolar, que será lo mismo que acabar con el unipolar que se alzó a la caída del Muro de Berlín, en 1989. Washington sabe de la vulnerabilidad económica de Rusia y por eso trató de aislarla de la Unión Europea. Moscú ha decidido mirar a Pekín y el gas, que tanto le interesa a China, ha sido el factor clave para afirmar la alianza reflejada en el memorándum histórico de cooperación que han firmado en el marco de la reunión de la APEC. Rusia necesita que los capitales chinos apuesten -préstamos- en los proyectos de explotación del gas que posee y China no duda en darle confianza para que así sea. Rusia, entonces, se muestra desafiante a Estados Unidos en su posición política respecto de Ucrania. Tiene ahora piso para hacerlo. En cambio, China mira desde afuera a los otrora protagonistas de la Guerra Fría y sabe conservar sus relaciones económicas con Washington, el mayor destino de sus exportaciones. Mientras China, con cerca de 1350 millones de habitantes, tiene más de 10 veces la población rusa, Rusia, con 17 millones de kilómetros cuadrados, es casi el doble del territorio chino. Sus calidades geopolíticas son extraordinarias y no están en una etapa de carrera por afirmar una supremacía en la zona asiática. A China lo que le interesa es convertirse progresivamente en la mayor potencia económica del planeta; a Rusia, afirmar su influencia geopolítica y militar en toda la región, cuidando el espacio de hegemonía natural que siempre tuvo. Ninguno de los dos está dispuesto a que Washington los digite. Esa es la alianza.

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