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Acerca de sabores, sin intentar dar respuestas técnicas, puedo decir lo que sé basado en mi propia experiencia. Yo disfruto más del sabor de un buen choclo cuando conozco exactamente de dónde viene, dónde se produjo, y cuando me cuentan la historia de quien lo trajo. Siento que esos datos pueden trasladarte, y completan la experiencia, haciendo posible que un simple maíz se convierta en increíble.

De otro lado, por ejemplo, hay experiencias gastronómicas extensas, muy bonitas, con un relato, que con detalle hablan de ingredientes, pero resulta que el momento no es el perfecto. Entonces pienso que en el disfrutar de comida participa también el hacerse el tiempo, la disposición. De repente desconectarse un poco, estar presente, abierto a escuchar, a leer, a entender y saborear con calma. Así cada bocado tiene un valor especial. El sabor tiene que ver también, entonces, con el momento en que lo sientes.

Seguro que el placer de comer tiene estos factores subjetivos importantes, pero además y dicen que se relaciona mucho a la memoria. Resulta que si algo nos gusta mucho puede ser porque nos recuerda a otra cosa, porque identificamos ese sabor con otro en el pasado y esta asociación aporta sensaciones adicionales. Qué variado debe ser nuestro registro en matices en Perú, con tantas culturas inmigrantes que influencian nuestra cocina, tantos ingredientes que se incluyeron de otros lugares, y tantos usos, que hacen que sea tan diversa. No tengo duda que es también una de las razones por las que nuestra comida gusta tanto a gente que no es local, porque encuentras en ella algo de tu propia cultura, que se te hace familiar.

Somos muy afortunados, porque todavía podemos acceder a productos con historias, porque podemos darnos el tiempo de comer con esa calma necesaria, de compartir comidas, y disfrutar realmente de las cosas más simples o las más elaboradas. Mientras, viajar por el Perú es reconocer o descubrir sabores que conocías o que se te harán inolvidables.

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