Resulta intolerable, en lo político y lo social, que un país supuestamente democrático y medianamente institucionalizado pueda desbarrancarse a tal punto en la confusión a base de revueltas, paros, invasiones, violencia y asesinatos.

Un Congreso que da vergüenza ajena por su incompetencia; mejor no contar con él, ya que solo apunta al auto-servicio de su continuidad. No está para que la Constitución y las leyes se cumplan. Solo así se entiende que los posibles herederos de Sendero Luminoso hayan conseguido la “legalidad” del Movadef.

Las turbas, nuevas formas de acción colectiva regional, agreden los proyectos productivos y toda forma de propuesta de desarrollo, condenando a muchas zonas del Perú a sobrevivir en un agro aislado y atrasado.

Similares turbas -y siempre armadas de piedras- invaden ahora cementerios arqueológicos (Lurín), que alguna relevancia de 2000 años tendrán para ser declarados “Patrimonio de la Humanidad”. Y esto ocurre cuando tenemos en la retina las imágenes del salvaje Estado Islámico destruyendo -además de vidas por millares- los más antiguos testimonios monumentales de la historia del hombre sobre la tierra.

No hay palabras tampoco para el estupor que produce ver la violencia a las puertas de los colegios, asesinando directores, profesores y vigilantes.

De ser un país de encumbrada civilización, ¿no estaremos cayendo en la cultura del “huaracazo” y del tiro mortal?