En Tumbes, un policía empeñó su arma de fuego de reglamento porque, dice, le faltaba el dinero. En Chiclayo, un secretario de un juzgado pide 50 soles para acelerar un expediente. En Sullana, Piura, magistrados liberan a presuntos asesinos. En La Libertad, una jueza de Santiago de Chuco está involucrada en una coima -seguro que por falta de plata- y en Chimbote, la prófuga alcaldesa tira a la borda su carrera política tras recibir una sentencia de 7 años de cárcel por enriquecimiento ilícito.

Personas de dinstinto género, de diversas condiciones económicas, de diferentes gustos y variadas escalas laborales, así como simple peruanos de a pie. Con esta simple información nos sacamos la idea de la cabeza de que la ausencia de valores está en las gentes que tienen menos educación, que no han pisado una universidad o no poseen ningún céntimo en el bolsillo. Tal vez los actos de estas últimas sean más ordinarios, solo eso.

No estamos hablando del fin del mundo, ni de la extinción de la humanidad, tampoco voy a ser fatalista. Pero, caramba, este panorama no solo es desalentador para el país porque en la mayoría de casos se trata de personas profesionales, quienes -se supone- tienen más educación y están más preparadas para afrontar la vida, sino que en el Perú nuestro eterno consuelo es que “el mal de dos es menos atroz”. Y es que muchas personas deben estar justificando sus ilegales actos viendo a estos malos ejemplos.

Ya está. Si nos sentamos en la orilla a ver cómo pasa el agua del río, esperando que algún día se detenga, moriremos por inercia. Tenemos que hacer algo urgente, con planificación, pero con celeridad porque el Estado está perdiendo la batalla de la decencia. No quiero pecar de moralista, pero preocupa que los peruanos vean estos casos y ni siquiera logren levantar una ceja. Son felices no estando en el pellejo de las personas en desgracia y por eso no mueven ni medio dedo.

Seamos francos con el país. Nos encanta, gozamos, sentimos placer, acusando al resto de las desgracias del país, pero somos incapaces de contribuir a que al menos disminuyan este tipo de casos que lindan con el delito penal. ¿Cómo? Comencemos por elegir a una persona capaz que no solo tenga una propuesta creíble para reformar las instituciones clave del Estado, sino que sea alguien idóneo (adecuado y apropiado para algo). Si toman otro camino, luego no se quejen.

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