De todo lo insólito que vemos a diario en nuestro país, una de las cosas más trágicas, indignantes y peligrosas es que desde hace varios años se ha hecho parte del paisaje del Perú el que tengamos como profesores en las aulas de la escuela pública a gente vinculada a la banda terrorista Sendero Luminoso, que habría que ver qué está enseñando a los niños y jóvenes, que son los futuros ciudadanos del Perú.

El propio ministro del Interior, Carlos Basombrío, ha dicho hace pocos días que algunos miembros del Comité Nacional de Reorientación y Reconstrucción del Sindicato Unitario de Trabajadores en la Educación del Perú (Conare-Sutep), muchos de los cuales son por estos días los autores de los desmanes en diferentes zonas del país, han sido identificados por la Policía Antiterrorista como miembros de Sendero Luminoso.

Entonces, ¿por qué estos terroristas están dictando clases a niños y jóvenes?, ¿cómo es posible que el Estado sea cómplice de los intentos de Sendero por captar jóvenes? Si a fines de los años 70 se permitió que el profesor de Filosofía Abimael Guzmán lave el cerebro a sus alumnos de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, ¿por qué ahora se cae en el mismo error y se deja a los del Conare estar en contacto con los estudiantes?

Claro, mientras en Lima los abogados, juristas y políticos se la pasan debatiendo si los del Movadef, el Fudepp o el Conare son terroristas y si constituyen o no un peligro, esta gente se está frotando las manos y matándose de risa al ver que el propio Estado al que buscan dinamitar les abre las puertas de los colegios para expandir las directivas que emite Guzmán desde la Base Naval del Callao, tal como lo ha admitido el propio ministro Basombrío en declaraciones a RPP.

Cabría preguntarse si este gobierno marcará la diferencia con respecto a sus antecesores y por fin tendrá los pantalones bien puestos como para sacar de las aulas a todos los que de una forma u otra están vinculados con bandas terroristas, a fin de impedir que poco a poco vayan ganando adeptos y “carne de cañón”, en lugar de dedicarse a formar niños y jóvenes para un futuro académico y laboral cada vez más competitivo.