La extorsión parece la fórmula menos creativa o innovadora para conseguir lo que pretenden. Sobre los maestros nadie pone en duda que merecen muchísimo más que las tristes remuneraciones actuales. Si fueran pocos, como los congresistas, deberían ganar igual o más que estos, pues en muchos casos es evidente que son más beneficiosos que aquellos. Sin embargo, recurrir a suspender las clases es casi como coger del cogote a sus alumnos, y con un cuchillo en el cuello, para reclamarle al Gobierno que le dé lo que pide. Y eso siempre será una medida impopular, que desmerece sus legítimos reclamos. ¿Es que no hay una forma más inteligente de presionar para ser atendidos? Seguro que sí, pero esta es la más fácil, porque al final los únicos que pierden son los inocentes, ni el empleado ni el empleador. Pierde el que tiene derecho a recibir educación pública oportuna y no la recibe, atrasa su línea educativa, eleva los costos de los padres de familia y finalmente posterga a la sociedad entera. Se afirma con sabiduría que la mejor educación y transmisión de valores se hace con el ejemplo. ¿Es la huelga el ejemplo que debe transmitirse a los nuevos peruanos para que, en el futuro, la usen cuando les toque enfrentar su realidad? ¿Por qué el Gobierno tiene que esperar a que los maestros adopten esta medida de fuerza para reaccionar? ¿Por qué no toma la iniciativa? Porque el sujeto universal del derecho a la educación no es el centro del problema, sino que se reduce a uno que quiere, merece y necesita ganar más, y a otro cuyo presupuesto tiene otras prioridades, que no le permiten pagar como quisiera. ¿Y los padres de familia no pintan? No parecen tener mucho protagonismo, como si este conflicto no les tocara, como si poco les importara el daño que les causan tanto al educando como a su familia. Algo tenemos que hacer.