Los cartelitos rosados con celeste vuelven a invadir los puentes peatonales porque en una universidad privada deciden -en todo su derecho- hacer lo que les da la gana con sus tarjetas de identificación.

¿Qué tanta cosa con la Reforma Trans de la PUCP? ¿En qué afecta que los alumnos puedan elegir su nombre en un documento de uso interno? Además, hasta donde me acuerdo, en la PUCP los nombres no son la última chupada del mango: para efectos administrativos, lo que interesa es el código.

¿Qué se gana con la reforma? Simple: que los alumnos puedan identificarse como se perciben sin afectar en lo más mínimo el sistema administrativo o los fines de la tarjeta, además de acabar con la humillación que supone para María que, al pasar lista, se le llame Juan.

Pero insisto: ¿a quién le importa que María se llame Juan en la PUCP? Aplaudo el éxito de la reforma, pero me rompo la cabeza tratando de entender por qué lo que haga una universidad privada con sus tarjetas de identificación rasga tantas vestiduras.

Cuando una propuesta análoga se eleve al plano legislativo -el cambio de sexo y nombre en el DNI-, cerraré filas por que a cada uno se le permita identificarse como le venga en gana siempre y cuando el sexo biológico no sea fundamental para algún trámite. En el caso de seguros de salud, por ejemplo, es relevante saber si alguien que se identifica como mujer puede llegar a tener cáncer de próstata. En esta situación, sin embargo, bastaría una declaración del sexo biológico en el contrato con la aseguradora. O sea: para tanto no es.