Es evidente que el diálogo del martes 11 tendrá un escenario reservado en el que Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori tratarán el tema del indulto. Para la prensa, la agenda a exponer será respecto a los nuevos lineamientos que guiarán a las partes en temas de gobernabilidad y la necesidad de que el ruido político, las censuras e interpelaciones se detengan para impedir que sigan afectando como hasta ahora la precarizada economía del país. 

Ante el universo público, el mensaje será los esfuerzos políticos por delinear una nueva curva en la ruta pedregosa de las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso. Pero además, en la trastienda, tras bambalinas, ad portas del 28 de julio, será inevitable que los dos principales actores de la escena política aborden el caso AFF y lo instalen en la urgente lista de decisiones pendientes en el Estado. Es justo y necesario. ¿Por qué habrían de tener miedo de hacerlo? ¿No son los gestos los que amainan las asperezas y atemperan los ánimos? ¿No está la política llena de movimientos tácticos y fórmulas creativas? ¿No se unió el APRA a Odría, su gran persecutor? ¿No nombró Manuel Prado ministro de Economía a Pedro Beltrán, su feroz crítico? El argumento de que PPK tendrá en contra a un 30% o 40% del país con una decisión a la que la Constitución lo faculta es infantil y absurdo, la torpe manipulación de la estadística, el análisis adulterado y arbitrario de la realidad. Porque la realidad es que hay una vasta mayoría que apuesta por el indulto. Y la verdad es que las circunstancias políticas empujan a dos afluentes a buscar un cauce común, y solo les falta la bisagra que los empalme o un movimiento sutil, un enroque más del prolijo ajedrez político que alberga el desván de la historia.