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En Arequipa se puede ser feliz, cómo no. Esta profesión me llevó por primera vez a la Ciudad Blanca en la antesala de la protesta por Egasa y Egesur, en 2002. Trepado en una de las torres de la catedral, tomando nota de su refacción, me gané con cómo se levantaban las barricadas con adoquines, bajo la señal de la cruz del imponente Misti. La furia characata no es un mito. Es realidad. Fueron días de éxtasis periodístico.

Insisto: en Arequipa se puede encontrar la gloria. Y te la anuncia el tuturutu, ese duendecillo trompeta al viento que domina la plaza de armas. O la Virgen de Chapi, que no se hace problemas para escucharte y regalarte un milagrito. Palabra que sí. La canción que dedican “Los errantes de Chuquibamba” a la mamacha da fe de ello. “Aquí postrado en tu santuario pido con fervor/que mi Arequipa siga adelante/siempre dale tu protección/a este pueblo que te venera ¡Virgencita de Chapi!”.

Y así, con el corazón contento, uno va al encuentro de la divina comida. A mí me despertaban los humeantes aromas de El Montonero, colindante con la residencial Garaycochea, pero las picanterías son un buen punto de partida para saciar el estómago. El cauche de queso, el chupe de camarones, el rocoto relleno, el adobo y el mismo solterito te llevan fácil al pecado, que bien se puede atenuar con un bendito anís Nájar.

En Arequipa se puede ser feliz, y más por estas fechas de aniversario. Un ¡salud! bien telúrico. Ya nos vemos, a la vuelta de la campiña. Que el Misti guarde nuestros sueños es una experiencia que hay que repetir, como los yaravíes de Mariano Melgar.