Ayer se inició el juicio oral -aunque no se realizó la primera audiencia-, contra Abimael Guzmán y otros cabecillas de la banda terrorista Sendero Luminoso por el brutal atentado cometido en la calle Tarata el 16 de julio de 1992, un hecho que marcó un hito en la escalada criminal que ya había castigado a la sierra, en especial a Ayacucho, y que tenía en vilo al país, en ese momento arrinconado por quienes hoy pretenden hacerse pasar por integrantes de un “partido político” o “luchadores sociales”.

Es de esperarse que este proceso judicial sume una nueva cadena perpetua para Guzmán y que la misma pena se aplique a los otros cabecillas del grupo terrorista que carga sobre sus espaldas un saldo de más de 30 mil muertos y millones de soles en pérdidas. No merecen menos. Bastante tienen con que se les haya respetado la vida. Sin embargo, más allá de eso, el juicio por el atentado en Tarata debe servir para hacer un poco de pedagogía.

Y es que el grave problema que sufre hoy el Perú luego de los años de violencia extremista es que pese a la salvajada que nos tocó vivir hay terroristas “reciclados” que día a día buscan ganar adeptos, especialmente en universidades públicas donde a Guzmán se le trata de “doctor” y la gente sale a marchar con el puño en alto exigiendo la libertad del peor asesino que ha podido nacer en este país, por inofensivo que hoy parezca.

Hay quienes dicen que recordar Tarata como un ícono de la etapa terrorista porque sucedió en Miraflores es dejar de lado y marginar el drama que vivieron los humildes campesinos por el accionar de Guzmán y su gente. No es así. La pesadilla la vivimos todos los peruanos sin distinción. Testigo de eso son también Lucanamarca, Soccos y Huayao, entre otras comunidades donde hasta los niños fueron asesinados por senderistas arrojándoles una inmensa piedra en la cabeza.

Una condena de cadena perpetua en contra del carnicero Guzmán y su cúpula será una buena forma de hacerles ver a quienes quieran -pues hay fanáticos que jamás saldrán de sus esquemas- que el terrorismo no merece ningún perdón ni atenuante; y que sus brutales crímenes sí pueden ser sancionados con total severidad de acuerdo con la ley. El Poder Judicial tiene la oportunidad de hacer un poco de docencia, por el bien del Perú.

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