Y un buen día Pokémon Go se apoderó de las mentes de los jugadores online y de otros parroquianos del mundo. Y al fin desvió la preocupación fujimorista de si el Presidente y sus ministros deben hacer ejercicios con buzo Adidas o Chapetex. Y si deben hacerlo en el Patio de Honor de Palacio o en la azotea de sus propias casas. El jueguito, que ha puesto también a los limeños a cazar criaturas mostrencas por todas las calles y parques donde vayan apareciendo, podría ser la matriz de una novedosa forma de fiscalizar a congresistas y otras autoridades de este país.
Por cada declaración peregrina proferida fuera del hemiciclo, ¡plap!, un pokémon Becerril atrapado en una jaulita virtual. O metros más allá, ¡plin!, una pokemona Salgado archivada en un smartphone. Los más expertos podrían incluso sitiar el mismo Congreso, convertido en un pokegimnasio, a la espera de nuevas mutaciones y especies raras.
Imagínese caminar por las calles y toparse de pronto con un pokecipriani. El gusto que se daría media población compartiendo estrategias para corretearlo y atraparlo. Ni pidiendo perdón lo soltarían. Seguiría siendo un juego, pero las posibilidades de entrenar y educar a esas criaturas deformes sería un entretenimiento constructivo.
Obviamente, esto no es más que una alucinación. Pero a veces dan ganas de que la democracia fuera más directa y efectiva. Tanto como un jueguito que, sin afanes alarmistas, podrá tener en guardia a los ladrones de celulares, pero a la vez obligará a la Policía a pensar más en la seguridad de la gente.