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La democracia moderna, la que comienza a vislumbrarse a finales del siglo XVIII, tenía muy claro que no debía de presentarse la concentración del poder. Los peligros del abuso de quien tiene en sus manos todos sus resortes, conlleva funestas consecuencias para una sociedad. Montesquieu en su “Del espíritu de la leyes” lo dijo con claridad. No repitamos el presupuesto de la dictadura de los Fujimori en los 90.

Nuestro autor señaló que “Es una eterna experiencia que todo hombre que tiene poder propende al abuso, pues no se detiene sino cuando encuentra sus límites”.

Luego continúa: “Es necesario, que por la disposición misma de las cosas, el poder frene al poder cuando en la misma persona o en el mismo cuerpo de magistrados (y hoy tenemos que decir en el mismo partido) la potestad legislativa va unida a la ejecutiva, no hay libertad, porque puede tenerse que el mismo Monarca (hoy diremos la misma Presidenta) o el mismo Senado (hoy diremos el mismo Congreso) haga leyes tiránicas para ejecutarlas tiránicamente”.

Concluye en que cada una de las tareas del poder debía de encargarse a distintas personas o grupos de personas, porque todo estaría perdido si un mismo hombre o un mismo cuerpo de primates, o de nobles, o del pueblo, ejerciese esos poderes.

Si por los efectos de la distorsión del sistema en la composición del Parlamento peruano hoy se ha producido con el 27% de la votación una mayoría absoluta, es imperioso que el Poder Ejecutivo no le sea entregado por el país a ese mismo grupo, menos todavía cuando su trayectoria es de gobierno de abuso y dictadura.

Hagamos caso a quienes imaginaron el sistema mismo. Aunque fuera solo por estas razones, no se puede votar por los Fujimori.

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