La suerte de Alejandro Toledo parece estar echada. Las confesiones del ex hombre fuerte de Odebrecht en el Perú, Jorge Barata, parecen no dejar espacio para los cuentos de “si quieren revisen mis cuentas” o “soy víctima de una persecución política”, pues desde hace cuatro años se sabía que el exmandatario evidenciaba un abultado desbalance patrimonial y que los jueces y fiscales nunca lo tuvieron en cuenta por razones que en su momento tendrán que explicar.

Sin embargo, la caída en desgracia del otrora paladín de la democracia y la lucha contra la corrupción no debe ser motivo para excesos judiciales como los que se cometieron en su administración (2001-2006) a fin de no victimizar a Toledo, quien seguramente insistirá en que pasa las de Caín por culpa de sus enemigos.

El Perú no se puede dar el lujo de permitir que el líder del desaparecido Perú Posible, el hombre que se vendió como la antítesis del corrupto y antidemocrático régimen de los años 90, nos salga otra vez con sus “dramas” y “pesares” por haber liderado la llamada Marcha de los Cuatro Suyos. Que le caiga todo el peso de la ley, pero sin los excesos vistos en el pasado.

Tengamos en cuenta que en el Perú nadie saca mejor rédito que un político caído en desgracia pegándola de víctima y quejándose de todo, a pesar de los latrocinios cometidos. No le hagamos el favor a Toledo. Dejemos que jueces y fiscales hagan lo suyo y que la sanción sea en proporción a los 20 millones de dólares conocidos hasta ahora y los otros que quizá anden por ahí aún ocultos.

Se necesita objetividad para que la justicia no sea desvirtuada y que se cree un nuevo “héroe”. Recordemos que en nuestro país cualquier cosa puede pasar.

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