El mundo se muestra cada vez más tensionado por donde se le mire y muchos creen que ello se debe al presidente estadounidense Donald Trump. Desde que ingresó a la Casa Blanca, sus órdenes ejecutivas han alborotado a la comunidad internacional, sedienta de paz y tranquilidad. Una de las más controversiales ha sido la de restringir el ingreso de personas procedentes de siete países musulmanes del Medio Oriente. Un despropósito total que ha generado protestas dentro y fuera del país, cuya exacerbación mayor podría reavivar la tesis del choque de civilizaciones de los años 90. La medida presidencial, aunque tiene carácter temporal, constituye una decisión discriminatoria, a la luz de los convenios internacionales y en general de las reglas del derecho internacional de los derechos humanos. La libertad de tránsito está consagrada como un derecho humano preeminente al que los Estados no deberían sustraerse a pesar de contar con la fuerza de la soberanía territorial para hacerlo. No cabe duda de que las Relaciones Internacionales, aquella ciencia que estudia los fenómenos y procesos políticos que acontecen en el mundo, a partir de los impactos producidos por sus actores visibles -por ejemplo, los presidentes de las naciones del mundo-, sea positiva o negativamente, el día de hoy nos muestra un sistema internacional trastocado donde dichos actores expresan constantes pugnas -por ejemplo, EE.UU. con México o EE.UU. con Irán-, tan solo por alcanzar y administrar el poder y la hegemonía. Así, pues, todo parece andar al revés, pues insólitamente en el Reino Unido, aliado histórico de Washington, más de un millón y medio de sus ciudadanos protestan por la próxima visita de Trump a este país, y hasta Kim Yong-un, el dictador norcoreano que gobierna por el imperio del terror, deja entrever por las redes su deseo de reunirse con Trump. Qué tal foto.