Estamos ad portas de tener un nuevo contralor general de la República y dejar atrás la pesadilla que significó un mal funcionario como fue Edgar Alarcón. Ello no tuvo que ver con su informe negativo sobre Chinchero, tuvo que ver con todas sus actitudes y actividades reñidas con la moral que nos dejaron ver el tipo de persona que estaba detrás del circunspecto funcionario.

Como fuera, la nominación de Nelson Shack debería dejarnos tranquilos, pues se trata de una persona competente profesionalmente y proba. Además, Shack conoce la administración pública al dedillo, al haberse formado en las canteras del MEF, y viene trabajando hoy para el Poder Judicial. Shack ha padecido, como mucho funcionario público, la diferencia entre una Contraloría adecuada y aquella que solo entorpece el actuar de la administración.

No son raros los “hallazgos” que manda la Contraloría, hoy conocidos como “desviaciones”. Los funcionarios saben que es rol de la Contraloría auditar el accionar público, pues su función primordial es supervisar los actos y resultados de la gestión pública, pudiendo adoptar acciones preventivas y correctivas, en un proceso integral y permanente. Por ello cabe el control posterior, pero también el concurrente, que evita problemas posteriores a la mayoría de funcionarios públicos que quieren hacer bien las cosas, pues para los que no, las normas de control importan poco.

Hoy estamos frente a una Contraloría muy desprestigiada porque no ha controlado lo que debió; ha emitido informes erróneos de temas sensibles que ha politizado y finalmente ha tenido un líder con muchos problemas.

Se requiere un cambio importante para que los funcionarios públicos sientan que los controles los ayudan, para que la supervisión esté acotada al campo de control y, sobre todo, para que la Contraloría lleve adelante acciones concurrentes así las cosas se arreglarán a tiempo.