Me pongo a escribir en una zona gris, donde esta columna llegará a ustedes sin los resultados que todos deberíamos de comentar el lunes.

No hay cómo hacerlo de otra forma. Escribo acabando de votar, y probablemente, si las encuestadoras no se equivocan, tendremos un resultado apretado en la segunda posición, lo cual nos puede llevar a no tener una definición en la segunda vuelta sino horas después del flash electoral.

Comparto con ustedes mi experiencia electoral del hoy, que creo nos grafica el país al que pertenecemos. Fui antes de las 9 de la mañana a votar. Me pasa siempre los días de la elección: necesito votar porque siento que cualquier cosa puede suceder y quizá no pueda hacerlo. Ahora se vota por orden alfabético y, en mi caso, en nuevo local electoral. Cerca de mi casa, puedes ir a pie. Una maravilla.

Encontré mi mesa fácilmente, pero esta no estaba instalada a pesar de que contaba con los tres miembros y dos personeros. Me puse en la fila con muchos que comentaban que la mesa recién estaba instalándose y resulta que de los 6 miembros de mesa, titulares y suplentes, solo había llegado una persona, pues el resto eran “omisos”. Así, la mesa se había instalado recién con voluntarios de la cola.

Está muy mal que un día de cada cinco años, cuando se requiere de un deber ciudadano, las personas no vayan a integrar mesa. Ahora bien, pueden también tener cinco buenas excusas, pero deben avisar, pues si no la mesa se demora, como pasó hoy. Después de hora y media de cola, en San Isidro, pude votar electrónicamente, confirmando que es fácil y seguro. Además, no nos mancharon el dedo, lo que es símbolo de progreso.

¡Vamos, Perú!