Sé que las cosas no están bien. Ha pasado un año donde esperábamos más. Todos nos hicimos grandes expectativas con un gobierno encabezado por uno de los peruanos que más conoce de la administración pública. Y hemos criticado ahí donde, puntualmente, se hizo mal.

Dicho esto, es tiempo de Fiestas Patrias y casi siento la obligación de renovar el optimismo. Porque las cosas no están bien, pero tampoco tan mal como algunos ven. Para quien como yo ha vivido auténticas crisis económicas y políticas del Perú, sabe que estamos atravesando apenas un ventarrón y ni siquiera una tormenta. Este gobierno ha cometido errores, dos de ellos garrafales: pactar con las izquierdas y no deslindar tajantemente con los mercantilistas. Pero no menos cierto es que sigue siendo un gobierno con cuatro años por delante. Cuatro años en que puede enmendar rumbos y voltear el partido. Y es así como quisiera pensar los cambios en el gabinete, aunque sean tibios: como expresión de que se quiere modificar el rumbo. Aunque habría sido mucho mejor si incluía tres o cuatro cambios más.

En cualquier caso, quiero entender que el presidente Kuczynski empieza a entender que tiene que echar mano de un segundo aire. Que para eso tiene que mover fichas de su propio entorno. Y que pronto, ojalá, muy pronto, esa movida sea profunda, reemplazando gran parte de su núcleo colaborativo por gente con otras visiones que aún puede convocar. Todavía está a tiempo, pero que no se demore, porque en un año más, ya su capital político podría marcar el color rojo. En todos los sentidos. Y entonces, puede ya no haber vuelta de hoja.

Mientras tanto, quiero creer que es tiempo de confiar, de renovar, de repensar el Perú y de reconsiderar, todos a una, nuestra voluntad de meter el hombro desde donde estemos. Porque este partido lo jugamos todos y no lo podemos ni lo vamos a perder. Así que ¡vamos peruanos! ¡Qué viva el Perú!