Nicolás Maduro cree saberlas todas, pero no es cierto. Luego del golpe de Estado que perpetró, retrocediendo en las últimas horas al advertir los efectos de su obsecuencia, se ha dado cuenta de que los venezolanos están decididos a tomar las calles. Mientras la OEA acaba de dar pasos agigantados para lograr la declaración de la suspensión de Venezuela de la organización -hace pocas horas 23 de los 34 Estados acordaron aprobar una resolución sobre la grave alteración del orden democrático en ese país-, Maduro ve venir una ola de manifestaciones sociales que pareciera no poder controlar. 

Su servicio de inteligencia y su conciencia timorata le han aconsejado declarar feriados de Semana Santa, adicionales al Jueves Santo y al Viernes Santo, los días lunes a miércoles de esa semana, con la idea de que deberán ser aprovechados para descanso e integración familiar. 

Los venezolanos están desesperados porque en el país no hay ninguna señal de salida de la crisis económica. No puede haberla porque la otra, la política, se ha agudizado y el país es un completo Estado anarquizado donde solo impera la coerción (amenaza) y la coacción (fuerza) de un gobierno abusivo. Con una semana sin actividades en el país, Maduro busca neutralizar a la OEA y a la oposición, que está decidida a movilizar a la ciudadanía, que al haberse quitado el velo de los ojos es consciente de que el diálogo pretendido por el régimen chavista en realidad ha sido una tremenda mecida que nadie tolerará en adelante. 

La imagen elocuente del diputado opositor Juan Requesens con la ceja completamente rota confirma que el gobierno gendarme de Maduro apelará a la violencia para contener el hambre y la sed de democracia que busca el pueblo venezolano. Maduro caerá, pero para lograrlo la acción fundada en la justicia deberá ser desde adentro, es decir, desde el interior de las Fuerzas Armadas. Las calles, fundadas en la doctrina del derecho a la insurgencia, luego harán su trabajo.