Muchas dudas ha dejado la conveniencia del reciente viaje del presidente Pedro Pablo Kuczynski a Estados Unidos. Por lo menos, los resultados o las imágenes posteriores al periplo no dejan bien parada la estrategia que todo país debe tener para llevar una buena relación, en general, con todos los Estados que viven en libertad y democracia, y en particular, con aquellos cuya influencia y poder son determinantes en todas las esferas.

Por eso, no es buena la percepción que deja la reunión de PPK con Trump, rodeada de un desorden protocolar pocas veces visto y un apresuramiento inexplicable.

La visible incomodidad de Trump y los 15 minutos de la cita quizá tengan que ver con la serie de críticas, que hizo Kuczynski a la construcción del muro entre México y Estados Unidos, en la campaña, como presidente electo y después ya en el ejercicio de sus funciones, como si la mesura y la ponderación no fueran aspectos fundamentales de las relaciones diplomáticas.

Una frase del propio Trump pinta de cuerpo entero la importancia que el estadounidense le dio a la visita: “Creo que está aquí para recibir un premio en Princeton”, le dijo el empresario a PPK. Es decir, no era la agenda bilateral, Toledo, la corrupción o las inversiones los ejes del diálogo. Era un encuentro marcado por la casualidad y la intrascendencia. Haber sido el primer presidente latinoamericano en haberse reunido por escasos minutos con Trump no es un logro en sí mismo. Si no se avanzó hacia algo concreto, como parece haber sido, la diplomacia presidencial ha sufrido un revés justificado.