No sé por qué no causa demasiada sorpresa la fuga en Bolivia de Martín Belaunde. Los peruanos ya sabíamos que el gobierno de Ollanta Humala lo estaba protegiendo desacatando la orden del Poder Judicial de capturarlo durante los casi siete meses que estuvo caminando por el país como Pedro por su casa. El payaso que teníamos de ministro hablaba de manicomios y otras monsergas solo para distraer a la platea, que es lo que saben hacer los payasos, pero, como se ha comprobado, orden de captura no hubo.

Bolivia no es además un ejemplo de Estado de Derecho, por decir lo menos. Es una dictadura en la que, por ejemplo, pese a que le faltan cuatro años para terminar su tercer mandato, esta semana se habla de un cuarto mandato de Evo Morales. Es obvio que se va a quedar en el poder hasta que se muera, si no es el pueblo en un alzamiento el que lo saca, como ha sucedido con casi todos los dictadores de América Latina. Allí se hace lo que él dice. Y es altamente probable que lo que haya determinado la fuga de MBL haya sido su orden.

Porque eso de que los policías se quedaron dormidos es muy difícil de creer, obviamente.

Todo ello a pesar de que la extradición suponía un escenario relativamente favorable para el susodicho. Asociación ilícita para delinquir en Bolivia no es nada y el peculado, no siendo funcionario, tampoco.

Nadie sin duda despeja las dudas que hay sobre los temores de la “pareja” presidencial en torno a lo que el señor Belaunde pudiera decir basado en el criterio de que “a la cárcel no me voy gratis” y al hecho de sentirse traicionado por ellos. No olvidemos que inicialmente MBL sostenía que tenía el “mayor respeto” por la pareja, pero luego desde Bolivia deslizaba críticas más duras. Todo eso indica que hay contactos, que se negocia, que terceros triangulan y que, como en tantas otras ocasiones, las posiciones avanzan y retroceden y que hoy más que nunca se reanudarán, porque aunque esté en fuga y sus posibilidades sean aparentemente desesperadas, tiene un arma secreta infalible: contarlo todo.