Apenas asumió el cargo de presidenta de la República, el 7 de diciembre de 2022, Dina Boluarte advirtió que llegaba para ostentar el cargo hasta 2026. Ayer, en medio de otra grave tormenta política; abierta, además, poco tiempo después del escándalo de los Rolex y que ha terminado con su hermano detenido, volvió a decir lo mismo. La reiteración es un reflejo indudable de la miopía política que ha caracterizado la actual gestión.

En ese entonces, no era oportuno proyectar el cumplimiento de un plazo constitucional luego de que la vicepresidenta se convirtiese en la sucesión de un régimen corrupto que ella misma integró pero lo es mucho menos ahora, debilitada por una retahíla de corruptelas institucionalizadas y enjuagues tenebrosos que han horadado la estrecha confianza pública, debilitado el respaldo congresal y atomizado la aprobación ciudadana.

Pero lo que más llama la atención, insisto, es esta malsana predilección de encaramarse en lo más alto del podio de la egolatría, desabotonarse la blusa haciendo volar los botones y mostrar la “S” de Superwoman de tercer mundo para pechar al Ministerio Público, a las bancadas del Congreso, a sus fieros detractores agazapados tras la ideología caviar, e incluso a quienes creemos que es hora de reconocer yerros, mostrar apertura y tender una rama de olivo; y en vez de eso mostrar los ingredientes -ad portas de una moción de vacancia y con el hermano escrutando por 24 horas las oscuras mazmorras de la Prefectura- de su impronta desafiante y ebria de poder.

Así como en aquel diciembre se dio un golpe de Estado torpe y erigido como un  monumento a la estulticia, la sucesora cava su tumba con tanta energía y tenacidad que será muy difícil reconocerle después el triste final que se merezca.

TAGS RELACIONADOS