Muchos dicen que lo ocurrido últimamente con Dina Boluarte y su entorno es el principio del fin de su gobierno. ¿Tanto así? No lo creo. Pase lo que pase tiene la complicidad del Congreso. La necesidad es mutua. El Ejecutivo y el Legislativo quieren llegar al 2026 y no les importa en qué condiciones.

El caso de los relojes Rolex, las investigaciones del Ministerio Público a Boluarte por cohecho y enriquecimiento ilícito, la decisión de desactivar el equipo policial en apoyo al grupo de fiscales que lucha contra la corrupción en el poder, el aumento de la anemia en los niños, el incremento de la pobreza,  y las detenciones del hermano y abogado de la mandataria no solo reflejan la incapacidad de este Gobierno sino la existencia de una presunta red de corrupción en el nucleo de poder.

Es verdad que el rechazo a la presidenta es muy alto y solo el 7% la aprueba a nivel nacional (baja hasta el 5% a nivel urbano), según la última encuesta de Ipsos Perú, pero pese a estas pésimas cifras se mantiene. El respaldo del Congreso es fundamental para ello. En estos momentos críticos el Parlamento permanece impávido. Por menos, los congresistas  levantaban sus banderas principistas y presentaban a horario corrido mociones de vacancia presidencial. Ahora están mudos. Ese desinterés por fiscalizar y sancionar le da vida al Gobierno. Esa inacción, paradójicamente, los hace poderosos. No en vano, el 67% de peruanos que el Legislativo tiene más poder que el Ejecutivo.

El Congreso es consciente de esta situación de dominio. Sabe que tiene el control de todo y abusa. Hace lo que quiere, principalmente para su beneficio. La gente también lo percibe así. Según Ipsos Perú, un contundente 82% percibe que la mayoría de legisladores vota de acuerdo a intereses personales o del grupo al que representa.

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