Alfredo Bryce Echenique nos recibe, elegante, en su departamento en San Isidro, en un inusual silencio que, con el paso de los minutos, toma las formas de los recuerdos y las pasiones de este entrañable escritor peruano, uno de los narradores en lengua española más importantes de las últimas décadas.
El autor de Un mundo para Julius asegura que Permiso para retirarme (Peisa, 2019), la tercera entrega de sus Antimemorias, es su despedida literaria. En dichas páginas, Bryce escribe sobre la amistad, el amor, su experiencia con expresidentes peruanos, los escritores que admira, con la nostalgia y el humor que recorre toda su obra.
De estos temas y de su camino literario, conversamos con el hombre que escribió y que aún sigue viviendo y amando.
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Carlos Narciso: Usted ha anunciado que Permiso para retirarme será su último libro. ¿Por qué tomó la decisión de no publicar más?
Bueno, porque ya no tengo ganas. Nada más que por eso.
CN: ¿Qué ha tratado de recoger en esta tercera entrega de sus Antimemorias?
Es un poco el final de todo. Los otros dos fueron grandes, largos, etc. Este tiene menos páginas, pero es más íntimo. Es una despedida a muchas cosas de mi vida.
CN: ¿Y qué le genera a usted esta despedida literaria?
Pues nada. Simplemente, llegada la edad madura, me despido. Punto.
Bryan Paredes: Señor Bryce, ¿puede desvincularse totalmente de la literatura, de la escritura, o simplemente es dejar de publicar?
No, es dejar de escribir, publicar. Ya toda mi obra está publicada. Es simplemente dejar de escribir
BP: El escritor español Javier Cercas contó que Gabriel García Márquez le dijo que iba a dejar de escribir porque “si los libros no salen de las tripas, es mejor no escribirlos”. ¿Le ha pasado algo similar o es porque ya no quiere?
Ya no quiero. Nada más, nada más que eso. No dramatizo ni nada. Permiso para retirarme.
BP: ¿Pero igual seguirá siendo el mismo contador de historias con sus amigos?
Eso sí, por supuesto. Siempre ha sido así. Los amigos no me fallan como escuchadores.
BP: Sin embargo, se van a publicar algunas correspondencias...
Sí, hay volúmenes de cartas, que son de amigos. Sí, eso hay.
BP: ¿Ha leído en perspectiva esas cartas?
No, no las he releído. Las he dado así nomás a la imprenta.
CN: Maestro, el amor, la felicidad, la soledad y la depresión han sido temas que usted ha abordado en su literatura, siempre con esas dosis de humor, de ironía. ¿Su obra hubiera funcionado sin estos elementos?
No, porque la ironía es la sonrisa de la razón, digámoslo así. Mis libros son sonrientes, no son duros ni nada. Son simplemente sonrientes, invitan a la lectura y a la sonrisa.
CN: ¿Las mujeres también han sido importantes en su vida?, ¿por qué?
Bueno, porque mi vida profesional en Europa, siendo yo bien joven, me llevó a la universidad. Después de Mayo del 68 (recordada como la mayor huelga de la historia de Francia contra la sociedad de consumo), que fue tan renovador, tan revolucionario, tan revoltoso, fui a dar a la universidad. Mis alumnas eran, francamente, simpáticas y ellas mismas, muchas veces, se pasaban por mi casa sin que yo las invitara. Igual mi vida se fue llenando de cariño, amor, afecto, amistades, con todas esas chicas.
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CN: ¿Y para su obra fueron importantes?
Yo creo que no. Yo nunca las incluí en mi mundo literario ni en mi vida personal, con excepción de las chicas de las cuales hablo en este libro (Permiso para retirarme). Con una de ellas sí pensé casarme, tener hijos, etc., pero se mató en un accidente automovilístico que tuvimos cerca de Montpellier, viniendo de la playa de comer ostras y tomar champán. Realmente, ese golpe fue duro para mí. Hablo de ella en este libro con gran amor y planifico la vida de ella hasta su final.
BP: Tal vez algo importante en su obra es la insatisfacción a la realidad, a la vida. ¿Qué tipo de insatisfacción lo hizo escritor?
¿Qué me hizo escritor? Pues yo creo que la educación que tuve en secundaria. Desde chico yo había sido un cuentacuentos. Los chicos se ponían alrededor mío en el colegio y yo contaba historias, inventaba algo que suplía la realidad, que era chata. Así nace mi obra literaria, siempre con ese tono oral, como quien cuenta un cuento, y así ha ido avanzando mi obra.
BP: Entonces, ¿no tuvo problemas a la hora de dictar (sus ideas) para hacer este libro o ha sido difícil superar el acto físico de escribir?
No. Fue una cosa grata más bien. Yo le dicté este libro a una señora amiga mía y ella lo iba escribiendo e imprimiendo al final del día. Yo después lo corregía para dejar el texto limpio.
BP: ¿Siempre ha sido disciplinado con la escritura?
Muy disciplinado.
BP: ¿Cuántas horas al día escribía?
Podía prolongarse mucho. Escribía después de almuerzo. Empezaba a las dos de la tarde y me quedaba hasta la noche. Me aislaba totalmente. Vivía con una intensidad y una pasión la escritura de mis libros. Incluso, me llevó a sufrir una crisis de insomnio en Francia, donde era profesor de la Universidad de Montpellier. Ahí realmente estuve enfermo de tanto escribir, de estar tan solo, afectado por el accidente con la chica que se mató al lado mío. Solo. Pero tuve que seguir adelante, quise seguir adelante. Eso me sacó del hoyo en el que había caído. Tanto es así que el médico que me trató en la clínica por ese insomnio terrible tuvo que darme permiso para que fuera a dar mis clases, para que no faltara. Como estaba tan enfermo de insomnio le dije que se fijara que la presión subía tremendamente cuando tenía clases. Se dio cuenta de que era real porque me mandaba a la universidad con una ambulancia y una enfermera que me iba tomando la presión durante la clase. Hasta me dieron la medalla de la ciudad con ese insomnio terrible. Eso decidió mi vida en Francia y me fui a España.
BP: ¿La literatura, que ha sido como un vicio para usted, era inevitable, tenía esa necesidad de contar, de escribir?
Sí. Siempre tuve esa necesidad, de ahí que mi literatura fuera oral. Desde chico, yo era un contador de cuentos, un narrador: contaba historias, y eso dio lugar a mi vocación por el periplo largo que ha sido mi vida literaria.
BP: Usted ha decidido no escribir más, pero ¿como lector también se ha retirado, relee?
Sí, releo. Vuelvo siempre a un escritor del cual hablo en este libro (Permiso para retirarme): Stendhal. Ha sido mi escritor favorito siempre. Él me enseñó el camino de la fantasía, de las contradicciones del ser humano, de su gran capacidad de trabajo y, al mismo tiempo, de vivir la vida, como su epitafio que aparece en este libro: “Amó, vivió y escribió”. Ese fue Stendhal, mi maestro.
BP: ¿Y usted también amó, vivió y escribió igual?
Por supuesto (risas). Hice las tres cosas y con la misma intensidad.
CN: El próximo año se cumplen los 50 años de Un mundo para Julius. ¿Qué recuerdos le trae esta novela que muchos consideran que es su obra maestra?
Fue muy placentero para mí escribir esa novela. Estaba en una época de ebullición ferviente y así nace esa novela. Es una persona que cuenta un cuento y de ahí nace mi estilo oral. Toda mi literatura ha estado basada en ese sistema.
CN: Quisiera que nos hable de la amistad. ¿Qué tanto han aportado a su vida y a su obra las amistades que ha tenido hasta hoy, a sus 80 años?
Siempre he sido amiguero. Creo que he recibido un gran afecto de mis amigos. Tengo relaciones de amistad desde que tengo seis años de edad. Eso ha sido en mi vida importantísimo. Los amigos fueron como boyas en el camino de un náufrago. Y yo iba de boya en boya.
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CN: Usted tuvo una relación muy cercana con Julio Ramón Ribeyro. ¿Qué tanto le marcó su muerte?
Me apenó tremendamente, como es lógico. Además, porque supe que había estado en el Perú los últimos años de su vida. Me apenó tremendamente porque yo (en 1944) acababa de hacer en Madrid un coloquio sobre su obra durante una semana entera con muchos críticos, ensayistas. Se llamaba “La semana de autor”. De ahí, Julio Ramón vino. Y a mí me impresionó mucho porque ya estaba demasiado flaco y se notaba algo que presagiaba la muerte. Entonces, simple y llanamente, no lo vi en el Perú nunca. Él muere en Lima estando yo ausente. Nos comunicábamos por teléfono, pero Julio Ramón no era hablador ni conversador, y menos a larga distancia. Realmente de ahí no pasó la cosa.
CN: ¿Qué anécdota es la que más recuerda estando juntos?
Hay una que cuento en el libro, con Alan García. Él era un muchacho, estudiante en París, como tantos más, como había sido yo también, y un día estando en un café bar, o una cosa así, se acercó un señor con un chullo y un poncho que estaba cantando y pasó la gorra. Y Julio Ramón me dijo: “Por favor, Alfredo, me he quedado sin monedas, dale tú”. Yo se las di. Le puse las monedas en el chullo y él (Alan García) se retiró respetuosamente y agradecido, pero no le gustó que yo le diera las monedas. Creo que se dio cuenta de que éramos peruanos y no le gustó la idea de que un peruano le hubiera dado una limosna. Yo no le di limosna, le di algo de agradecimiento por sus canciones, por el buen rato, porque Julio Ramón y yo estábamos tomando unas copas de vino.
CN: ¿Es cierto que Alan lo odió por eso?
No, no creo. Bueno, dicen, como decía Juan Rulfo, que no me invitó a uno de esos eventos culturales que él organizó en su primer gobierno. ¿Por qué hizo eso?, ¿porque le había dado esas monedas? No lo sé. Nunca supe.
CN: Usted también tuvo amistad con Gabriel García Márquez y supongo que aún mantiene una buena amistad con Mario Vargas Llosa. ¿A usted le afectó de algún modo ese distanciamiento que hubo entre ellos?
Fue curioso. Yo me enteré de muchas cosas porque este pleito sucede en México, la trompada. Mi cuñado periodista estuvo ahí y vio la escena. En efecto, Mario lo había golpeado, lo había tirado al suelo de un puñetazo, y después García Márquez decía: “Pero solo me contaron hasta ocho”. Después de eso, desgraciadamente, se separa una pareja de grandes escritores, quienes también fueron grandes amigos. Yo fui testigo de eso en Barcelona. Nunca más se volvieron a dirigir la palabra.
CN: Le preguntaba cuánto a usted le afectó esa enemistad, porque usted fue amigo de los dos. Bueno, sigue siendo amigo de Vargas Llosa...
Así es. Bueno, me entristeció profundamente, como es lógico. No le di importancia en el momento, quise dejar ese recuerdo para siempre.
BP: En Permiso para retirarme cuenta que, semanas después de rechazar una condecoración de Alberto Fujimori, un grupo de hombres lo subieron a una camioneta, lo encapucharon, lo golpearon y lo tiraron frente a la embajada de los Estados Unidos en Lima. ¿Por qué no denunció este hecho?
No. Yo decidí largarme del Perú, simple y llanamente. Me fui. Yo me había instalado en Las Casuarinas en Surco, me había construido una casa muy bonita, pero cuando esto me sucede sentí espanto, maldad, una serie de cosas de la vida que son detestables. Vendí esa casa y me largué.
CN: En los últimos años, la política peruana ha sufrido duros golpes por temas de corrupción. Hay expresidentes presos, uno está prófugo, otros están procesados. ¿Por qué el Perú es un país tan corrupto?
Bueno, no creo que sea el único país corrupto. Pero sí, pues, estamos pasando un periodo detestable de corrupción, indeseable. Prófugos, buscados, encarcelados. Todo eso es detestable. Realmente lo encuentro nefasto para el Perú.
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CN: Hay quienes comentan que estas medidas de la prisión preventiva son excesivas porque se encierra a gente que aún no ha sido sentenciada y que no se respeta su derecho a la inocencia. ¿Usted qué piensa al respecto?
Yo no sé qué pensar de eso, en la medida que la política no me ha interesado nunca. No sabría decirte qué pienso de eso. Solo puedo decir que lo encuentro desagradable y agraviante para la memoria colectiva y nefasto para el país.
BP: ¿Qué ha reflexionado usted con respecto al suicidio de Alan García?
Creo fue un desenlace fatal, entristecedor e inesperado, pero ahí está, sus razones tendría. Yo estaba y estoy muy lejano de todo lo que le rodeaba. Nunca más lo vi después de ese encuentro breve en París.
CN: ¿Qué lo hizo regresar al país, señor Bryce?
¿Qué me hizo regresar? Siempre he dicho que el Perú son los amigos y los paisajes. Yo creo que por eso vine, por todas esas cosas que conocemos. Desde la comida hasta los amigos. Yo vine por eso. Europa ya se había acabado para mí.
CN: ¿Por qué se había acabado?
Bueno, porque había vivido largamente ahí, me había mudado mucho y ya no me interesaba más. Mi nostalgia por el Perú en ese momento se impone a la buena acogida que me dio Europa.
CN: ¿Tiene usted enemigos?
Que yo conozca o pueda recordar, no. No tengo enemigos. Tengo muchos amigos y de eso sí me jacto.
CN: ¿Qué es lo que extraña usted de su juventud?
Todo. Extraño a los amigos que se fueron; por ejemplo, los que se murieron. De verdad que eso es lo que más extraño.
CN: ¿Y la vida bohemia?
No. Como me dijo alguien, creo que fue Julio Ramón, “Alfredo Bryce es un bohemio con su agenda” (risas).
CN: ¿Cómo se encuentra usted de salud?
Bueno, para mi edad, bastante bien, creo yo (risas).
CN: ¿Y cree usted que ha vivido bien hasta hoy?
Yo creo que sí. He hecho todas las cosas que he querido hacer en mi vida. He sido bastante feliz. He tenido amigos, amores, viajes. Todo. He vivido. Confieso que he vivido.
CN: En febrero usted cumplió 80 años y es inevitable también preguntarle si usted piensa en la muerte o qué piensa de ella...
¿Qué pienso de la muerte? Pues que es algo común a todos los mortales. Uno nunca se acostumbra, por supuesto. Pero realmente es una obsesión que no tengo.
Entrevista: Bryan Paredes y Carlos Narciso