David Carrillo: "He querido que la obra no me derrote"
David Carrillo: "He querido que la obra no me derrote"

Hace tres años, David Carrillo escribió Lo que nos faltaba -una obra sobre un director de teatro que sufre una crisis antes de un estreno- para que esta historia no le sucediera en la vida real.

Sin embargo, en la segunda semana de la temporada, Carrillo padeció un infarto, pero sobrevivió porque se encontraba en una clínica.

Al igual que Manolo, el protagonista que interpreta en la puesta en escena, Carrillo luchó por recuperarse y resistió esta experiencia para seguir con las funciones.

Ahora vuelve a poner Lo que nos faltaba en las tablas como una manera de confirmar que la obra no pudo derrotarlo.

¿Cómo ha sido tu experiencia de regresar a esta obra después de tres años? 

Quería volver a enfrentarlo. No es un reestreno o una reposición como se diría normalmente, sino que hemos buscado un nuevo montaje, diferentes convenciones. El espacio y la cercanía al público son distintos. Eso marca una revisión. Es como un remake.

¿Qué cambios has hecho en esta revisión?

A nivel de guion son muy pocos. Pero los cambios sí tienen que ver con que ahora somos otras personas. Cuando hice la obra, como tuve el infarto en la segunda semana, prácticamente llevé la temporada convaleciente, con ciertos cuidados. Acá le puedo meter el ritmo que quiero. El espíritu es otro. La idea de volver a hacerla es quitarle cierta cosa mítica. Mi entorno y yo habíamos sentido que era una obra que tal vez no debería volver a hacer, porque fue muy exigente. Entonces, yo dije no quiero agarrarle miedo, vamos de nuevo. Y acá estamos. Al menos ya pasé la segunda semana.

¿Cómo nació la idea de hacer una obra de metaficción? 

Fue sin querer. Hay gente que piensa que la escribí después del infarto. Nada que ver, la hice casi un año antes. Lo que sí puede ser coincidente es que cuando la escribí necesitaba algún tipo de reflexión sobre la resistencia. Quería hablar de un director que estaba pasando lo que yo sentía que iba a suceder muy pronto. Con inocencia, en las primeras entrevistas antes del infarto, yo decía que la había escrito para que no me pase. No me ligó mucho en esa oportunidad.

Tu resistencia es volver a hacerla de nuevo...

Exacto. A los diez días volví a hacerla. No en un acto de irresponsabilidad, lo consulté con el cardiólogo, me dijo que esperara un ratito. Cuando estás en el escenario, sientes adrenalina, nervios, un tesón que no es de la vida normal de un tipo que está en un escritorio. Cuando le conté esto, me respondió “vas a tener que esperar y hacerte una prueba de fuerza”. Cumplí el protocolo y me permitió regresar. Hubiera sido difícil ceder la posta, porque lo habría sentido como una derrota. He querido que la obra no me derrote.

Y una victoria ahora es que las voces mezcladas en el escenario le den otro matiz a la obra...

En el montaje anterior, la escena final era un paralelismo: tenías el escenario dividido en dos. Mirabas el café real y el escenario real de la obra. Ahora, este espacio me permite la yuxtaposición de las dos realidades. Quería probar que sea al mismo tiempo, como un sueño, una pesadilla. Y creo que ha sido una propuesta exitosa porque siento la reacción de la gente.

Para terminar, ¿qué planes tiene este nuevo espacio? 

Nació por una necesidad de darle albergue a mi taller de formación actoral. Y una de las cosas que extrañaba de tener el Teatro Larco era ese espacio donde no solo haya cuatro clases diarias, sino que los alumnos, egresados, actores, tengan un lugar donde hacer su laboratorio, sus seminarios, para ensayar sus escenas y leer obras. Vienen muchas cosas. Pero no quiero entrar a la presión de hacer un teatro de programación, sino ir viendo lo que nos provoca.