Eliana Otta ha construido, con sus colores y anhelos, una mirada distinta sobre Lima en su libro “Lucía tiene calle” (Pesopluma, 2021).
La protagonista del cuento utiliza su bicicleta, así como sus interrogantes y apuntes, para redescubrir una ciudad en constante cambio.
“Me interesa generar preguntas e intercambios de ideas entre personas de diferentes edades, barrios, experiencias”, dice Otta.
¿Qué visión de Lima busca “Lucía tiene calle”?
Quiero que ayude a que las conversaciones sobre la ciudad se expandan y se tiendan puentes intergeneracionales. Que niños y niñas hablen con sus padres, abuelos, sobre las transformaciones de Lima. Que los recuerdos de cómo la ciudad ha cambiado, desde nuestra niñez, no solo sea un ejercicio de nostalgia sino también de ver cómo fueron estos cambios culturales.
Ahora que vives fuera del país, ¿cómo son tus reencuentros con la ciudad?
La última vez ha sido muy cómodo movilizarme en bicicleta con menos carros. Espero que el uso frecuente de parques y espacios públicos genere un cambio para disfrutar y compartir las áreas verdes sin la cultura de prohibición. También se han marcado las diferencias de recursos. Es terrible que haya zonas de Lima que mejoran y otras que nunca tendrán cosas básicas de infraestructura.
Otro aspecto que toca tu libro son los nombres de las calles, en su mayoría de varones...
Casi no hay nombres de mujeres. En todo Lima deben ser el 5%. Mientras que la mayoría de hombres son héroes de guerra. Eso es algo interesante para pensar en el Bicentenario: cómo se construye la memoria en el Perú y quiénes son los personajes que usamos de ejemplo para formar identidades nacionales. En otros países, se ha empezado a derrumbar monumentos de conquistadores. Muchas comunidades, hartas de vivir dominadas, también están reclamado sobre cómo eso se traduce en el espacio público.
También hay una posición de historiadores sobre el trabajo artístico en los monumentos...
Es una controversia muy interesante. En Bolivia, el colectivo Mujeres Creando le puso una pollera y una manta, como si cargara cosas, a una estatua de una mujer española. Más que una destrucción, había una resignificación del monumento y la posibilidad de transformarlo. Se debe preservar las huellas materiales de la historia, pero hay personas que se sienten violentadas con algo que les recuerda una violencia que se sigue expresando en el presente.
Desde la ciudad se puede repensar la historia...
Claro. Me gustaría que mi libro ayude a que los niños y niñas sientan que pueden ser protagonistas de esas decisiones que dan forma a la ciudad. Ante el incremento de la delincuencia, la gente se ha acostumbrado más al cuidado de su propiedad privada, con la idea de que la calle es algo de lo que debemos protegernos, en vez de pensar que somos responsables de lo que pasa en la calle.
Ese será el reto que tendrá la ciudad después de la pandemia...
Espero que sea el reto colectivo. Todas nuestras acciones afectan al resto, como lo hemos visto con el caso de las vacunas utilizadas a escondidas. Imaginamos cómo podrían las cosas, de otro modo, para nuestro círculo cercano pero todavía nos cuesta pensar más allá de esos espacios reducidos. La situación nos llama a pensar en transformaciones colectivas, porque la pandemia muestra que si no mejoramos juntos, al final es peor para todos.
¿Qué Lima esperas encontrar después de este contexto?
Espero que podamos tener un compromiso renovado en defensa de la vida en un sentido amplio. Mientras más nos cuidemos como comunidad, seremos mucho más fuertes. Hay que cuidar la naturaleza, las áreas verdes, las playas, todo lo que es fuente de vida y que hemos estado matando. Ojalá que la gente se acostumbre más a ir en bicicleta, que te da una sensación de autonomía e independencia muy valiosa.
Eliana Otta
Artista visual. Nació en Lima en 1981. Es magíster en Estudios Culturales por la Pontificia Universidad Católica del Perú y candidata para el “Phd in Practice de la Akademie der Bildenden Künste”, Viena. Ha expuesto su trabajo en distintas ciudades del mundo.