Gabriela Wiener, autora de Nueve lunas y Llamada perdida, nos presentó el año que se acaba de ir una nueva edición de Sexografías (Planeta, 2008), libro de crónicas en el que narra los experimentos sexuales más oscuros y osados.
Wiener, como bien lo saben sus lectores, hace periodismo gonzo, se involucra en la historia, vive la experiencia. Para escribir estas crónicas, la periodista compartió momentos con un superdotado actor porno, se dejó azotar por una dominatriz, intercambió parejas, convivió con Ricardo Badani y sus mujeres y satisfizo, seguro, otros placeres.
¿Qué agregaste en esta nueva edición?
Información que en ese momento quedó escabullida o que no me animé a contar. Son notas para mí como reveladoras, sobre todo del proceso de escritura. Habla un poco del método de trabajo, de la cuestión ética, de los dilemas en los que a veces está un periodista que se infiltra o que hace una inmersión periodística en algunas historias. Por ejemplo, si vale la pena entrar, si vale la pena contar ciertas cosas, si puede afectar a gente de mi entorno, gente que quiero, que me quiere, hasta qué punto arriesgar todo eso por una historia.
¿Y tu entorno se ha visto afectado?
Lo bueno y lo malo que hago está siempre en constante juicio. Siempre hay una interacción con el mundo que está fuera del libro, por eso siempre le llaman a mi literatura como algo performativo, crea una acción y no deja de remover lo que hay afuera y de alguna manera moviliza. Una chica se atrevió a salir del clóset después de leerme.
¿Cómo manejaste el tema con gente conservadora?
Es distinta la recepción de este libro años después. Creo que la sociedad peruana, por lo menos, ha dado pasos largos en el sentido de poner sobre el tapete sus propias libertades, las mujeres, sobre todo, que hemos estado callas y oprimidas. Cuando se publicó había reacciones intolerantes, recuerdo bastante conservadurismo, siempre con un tinte machista, sexista, clasista. Había mucho prejuicio, pero mientras más me lo decían, más fuerte hablaba y más lejos iba. Las crónicas no son historias lúbricas que he escrito para excitarte, todo lo contrario, hay una reflexión sobre algo cultural, como el porno, por ejemplo. Todos estos temas han sido como obsesiones mías. Estas historias fueron caminos, búsquedas, que me llevaron a encontrar muchas cosas que yo quería vivir, que yo quería hacer.
¿Te costó hablar sin tapujos?
No sé. Yo soy bastante cambiante. Puedo tener momentos de mucha timidez y en otros soy mucho más atrevida. La escritura ha sido una manera de hablar más fuerte de ciertas cosas que en su momento solo las comentaba en grupos muy pequeños.
Dices que al releerte te costó reconocerte. ¿Qué no reconocías?
He cambiado. En ese momento era una mujer con una pareja, con un hombre, era una pareja cerrada. Si bien podía hacer mis cosas, aún no era madre cuando publiqué este libro, trabajaba en las redacciones. El periodismo narrativo y la crónica eran mi aventura, era mi manera de ser infiel al periodismo tradicional. Hay cosas que he dejado. He dejado la monogamia, las parejas cerradas, las redacciones, ahora tengo dos esposos, una mujer y un hombre, tengo una hija, estoy esperando otro bebé de mi mujer. Doy un poco de risa, tengo cierta ternura porque me veo una chica más entusiasta. Ahora me siento más oscura por momentos. Soy una experimentadora más de las emociones. Quiero una vida bien vivida. Eso es lo único que quiero.
¿Qué buscas cada vez que escribes?
Siempre busco historias que tengan conexión conmigo. Todas estas cosas parten de mis obsesiones normales. Entonces, si no hay esa conexión, no me divierte escribir. A quien le interesa la escritura le interesa la imaginación y mi vida es producto de mi imaginación literaria.