Isabel Allende no pierde la frescura ni el entusiasmo cuando habla de “Violeta”, su más reciente novela, a pesar que debe atender a periodistas de todo el mundo en una suerte de gira de promoción que hoy acorta distancias a través de zoom.
“Ya no voy a ferias de libros hace muchos años, no me alcanzaría la vida. Cada uno de mis editores en 40 países quieren que vaya a hacer la promoción de los libros, que vaya aquí y allá. Ahora estoy haciendo por zoom lo que antes hacía viajando, antes era una maratón que no te puedes imaginar”, dice la escritora a Correo desde su casa en California.
¿Violeta, el personaje principal de tu más reciente novela está inspirado en tu mamá?
Sí, se parece mucho a mi madre, pero es otra vida. Una vida más interesante; la vida de mi mamá no es que no fuera interesante, sino que ella no estuvo en control de su vida. A mi mamá la criaron en un ambiente patriarcal, autoritario, conservador, católico para ser la mujer de alguien y la madre de alguien, pero mi mamá nunca pudo ganarse la vida y nunca tuvo independencia económica. Yo creo que no hay feminismo sino te puedes ganar la vida; si otro está pagando las cuentas estás frita.
La historia de Violeta está presentada al lector por cartas y sé que tú y tu madre tuvieron una correspondencia epistolar toda la vida.
Era un vicio, verdaderamente. Nos empezamos a escribir cuando ella estaba en Turquía y yo en Chile. Yo tenía como 16 o 17 años, pero no empecé a coleccionar las cartas de mi madre hasta que me vine a vivir a los Estados Unidos, en 1987. Entonces nos escribíamos todos los días, pero no era un diálogo; sino una especie de eterno monólogo que nos mantenía juntas. Pero cuando ya se inventó el internet y podíamos comunicarnos por el correo electrónico mi mamá se volvió loca y me escribía dos o tres veces al día de la fascinación de que inmediatamente yo iba a tener la carta. Junté las cartas de ella y las mías por años. Tengo décadas de cajas en el garaje. Cada caja contiene entre 600 y 800 cartas, hay un total de 24 mil ¿puedes creerlo?
Fue así que decidiste que la historia de Violeta fuera contada por carta, en primera persona.
Empecé el libro en tercera persona, pero yo quería acercar al lector, tener al lector aquí, a la lectora sobre todo; tenerla muy cerca. Entonces decidí cambiarlo a primera persona y ¿por qué estaría una mujer de 98 años contando su vida en primera persona a menos que se la cuente a alguien?.. y de ahí empezó la idea de la carta y se la escribe a su nieto.
¿A estas alturas estás pendiente de las críticas cada vez que publicas una novela?
Casi no las leo, primero muchas de las criticas vienen en idiomas que yo no puedo leer, en alemán, portugués o qué se yo; porque los libros se traducen a 40 idiomas, anda tú siquiera cuánto de eso puedo identificar. Leo la crítica del New York Times, por lo general. Dejé de leer la crítica chilena porque siempre es negativa.
¿Por qué crees que en tu país te tratan mal?
Porque en Chile es así, no es culpa mía ni es culpa de nadie. Es porque en Chile cualquiera que se eleve un poquitito por encima de la superficie ya lo aplastan. En Chile tenemos un verbo para eso y se llama chaquetear, que es pescar a alguien de la chaqueta y tirarlo para abajo. El chaqueteo, es típico chileno, el único que se salva de eso es un buen futbolista, a los demás nos friegan.
Lo importante es que sigues escribiendo y ni la pandemia te detuvo.
Me dio tiempo, soledad y silencio que son las tres cosas que cualquier escritor, que cualquier creador necesita; que no tenía. Ahora, en estos dos años que llevamos de pandemia he podido escribir Mujeres del alma mía, Violeta, otra novela que está terminada y que están traduciendo y empecé una cuarta... y todo eso es porque he tenido tiempo. Así que para mí no ha sido malo, además me pilla en una casa pequeña, fácil de mantener, con un marido nuevo; me acabo de casar.
No hay edad para el amor...
Creo que ese es el último tabú, la edad. Vivimos en una cultura enfocada al éxito, a la juventud y a la belleza y si no entras en esa categoría te marginalizan de una manera u otra. Pero cuando ya llegas a la edad de la vejez, ahí ya despareciste del mapa; eres un estorbo de la sociedad. Y la idea de que los viejos puedan amarse o tener sexo es chocante. Mis nietos no quieren oír hablar de eso. Mi hijo que tiene 50 años también le da terror que vaya a mencionar eso. Es como la última frontera y ¿por qué no?, si dos personas que se quieren y están sanas ¿por qué no van a acostarse?
¿Tu actual esposo era un fiel seguidor de tus novelas?
Ni tanto, me escuchó por la radio. Había leído un par de libros, tiempo atrás y él escribió a la oficina y así comenzó la cosa. Empezó a escribir a la oficina todos los días por las mañanas y las noches por cinco meses hasta que lo conocí y en tres días quería casarse, dije: este pobre hombre debe estar muy necesitado si ya quiere casarse.
¿Y a estas alturas de la vida qué es lo que buscas en una relación?
A mí, el cariño, la amabilidad, que la convivencia sea amable, con buenos modales, con simpatía; eso es fundamental. La pasión pasa a segundo plano, tercero. Que era, por ejemplo, cuando yo tenía 40 años, yo me vine a vivir a Estados Unidos por lujuria, puramente. Conocí a un tipo y me enamoré con esa pasión de esa edad, pero hoy día no me sucedería lo mismo.
¿A qué le tienes miedo, Isabel?
A la decrepitud, o sea tengo miedo a perder la cabeza, que me falle la cabeza. Mientras pueda contar con algo en mi cabeza puedo escribir y puedo tener una vida interior y puedo de alguna manera manejar mi realidad, pero cuando me falle la cabeza estoy frita. La dependencia me da espanto.
¿Los ocho de enero de cada año siempre va a ser una fecha que vas a respetar como el inicio de tus novelas?
Los inicios los puedo espaciar, pero voy a mantener la fecha porque si me ha funcionado por 40 años por qué lo voy a dejar, dime tú. Me sirve para organizar el calendario del año y para organizar mi cabeza porque voy planeando el próximo libro, me voy preparando a veces cuando se puede. Para mí es importante tener esa fecha y es posible que no siga escribiendo tan seguido… yo creo que he podido hacerlo ahora por la pandemia.