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La tragedia de los millennials, en su refugio virtual, es llevada a la literatura por la pluma de Luis Francisco Palomino en Nadie nos extrañará (Animal de Invierno, 2019). Son nueve historias que transcurren en una Lima marginal y violenta, en la que todos vivimos, y a cuyas desgracias ya estamos acostumbrados.

Uno de los temas que más me llama la atención es tu ironía al tocar los espacios de conflictos en los personajes. ¿Cómo te das cuenta cuando alguien no corresponde al espacio en el que está?
Es parte por experiencia. Crecí en un distrito marginal y luego salí a descubrir qué había afuera de este. Eso que me sorprendió lo llevé a los personajes. En general, los protagonistas han sido golpeados por las circunstancias, a veces por la sociedad. Son personas que están al otro lado del puente Atocongo. Siempre hay un personaje al que le va mal en convivencia al que le va bien. Es como viajar en un micro. Vas aplastado entre la gente, y cuando miras por la ventana ves a alguien cómodo.

Las situaciones también reflejan una sorpresa para los protagonistas. ¿Cómo desarrollarlo?
La ciudad siempre te está sorprendiendo, es un laberinto. Hay ciertos caminos por los que no puedes ir y tienes que usar tu creatividad. Lo duro es que, en ciudades como Lima, al encontrar otros caminos tienes que perder algo. Ese es el caso de los cuentos.

“Por cada cosa buena tiene que pasarte una mala”, ¿cómo interpretar este concepto que relatas?
Creo que se trata del equilibrio. Te pasa algo bueno, pero al paso de los meses, la desgracia te captura. Eso no lo puede negar nadie. Las situaciones son violentas y crueles con uno, pero te hacen aprender. Toda circunstancia negativa te lleva a un camino de sabiduría.

¿Al escribir este libro buscaste darle humor a la desgracia?
Nunca fue una intención hace sátira. Más bien, la realidad de Lima es tan absurda, que cuando la observas con detenimiento te das cuenta. Te asombras. Algunas situaciones son lamentables, pero te dan risa. Es como que Lima es una ciudad de noticias surreales.

En uno de los cuentos explicas que “El amor es una forma de combatir los miedos”. Entonces, ¿por qué negárselo a los personajes?
Creo que sí sienten amor, pero es una descarga vertiginosa. No en vano en “Mal de altura”, el cuento ocurre a más de 4000 m.s.n.m., donde nada más importa y están ellos dos solos. Es como la sensación de que algo se está desmoronando y necesitas un camino para salvarte. Es por eso que está la idea de un amor más efímero.

Los personajes son millennials, por la época y los conflictos. ¿Qué te atrajo de esta comunidad para investigarla?
Lo que pasa con el tema de los noventa es que hemos tenido autores de clase media. Sus temas son un poco repetitivos. No había muchas propuestas que continúen lo que hizo Enrique Congrains y Oswaldo Reynoso, quienes llegaron más a la periferia, en esta expansión de Lima. La cosa va por ahí, con un tema más marginal. He tenido la oportunidad de vivir en San Juan de Miraflores, y todo se vuelve más peculiar. No soy un cronista de la ciudad, pero soy alguien que te cuenta lo que sucede.