Renato Cisneros nos recibió ayer en su espaciosa casa ubicada en Surco, escenario donde se desarrollan pasajes de su exitosa y elogiada novela La distancia que nos separa (Planeta, 2015), para concretar una entrevista que quedó pendiente a mitad de año, cuando decidió renunciar a RPP TV para radicar en España con su novia, con quien se casará en verano próximo.
En su tercera novela, Cisneros se sumerge en la agitada vida de su padre, el inflexible exgeneral del Ejército del Perú Luis Federico “El Gaucho” Cisneros, para intentar acercarse al hombre que no llegó a conocer bien.
¿Por qué sentiste la necesidad de escribir esta historia?
No sé muy bien cómo la necesidad afloró en mí. Supongo que sentí que tenía que escribir un libro como este desde que se murió mi papá. Lo que pasa es que no tenía los recursos y los medios para hacerlo. Yo era consciente de que la historia estaba dentro de mí, pero me tomó unos años darme cuenta de cuál era el tono, cómo era la manera de contarla, de darme cuenta de que mi padre finalmente había sido un personaje que tenía todos los condimentos para inspirar un personaje literario. Entonces, ahí me di cuenta de esa necesidad. Tuvieron que suceder varias cosas, como alinearse varios hechos, para que yo sintiera la necesidad de escribirla. La consciencia de saber que yo tenía la historia adentro y una conversación con una psicoanalista, que está de laguna manera narrada y contada al inicio de la novela, fueron los hechos que me hicieron tomar consciencia de que quería escribirla.
Pero también había algo personal...
Yo quería tratar de entender cómo había sido mi padre en los años en los que yo no había tenido la ocasión de conocerlo, como le sucede a la mayoría de hijos que no conoce el pasado de sus padres. A mí de pronto me invadió una duda, un interés, así como inaudito y obsesivo, por conocer los años de juventud de mi padre. Entonces, me di cuenta de que para entender la relación que yo había tenido con él, tenía primero que entender la relación que él había tenido con su padre, y cuando me obsesioné más con la historia, me di cuenta de que tenía que entender la relación de mi abuelo con su padre y de mi bisabuelo con el suyo, hasta tratar de tener claro un panorama en el que algunos hechos se venían repitiendo a través de los siglos, generación tras generación. Me di cuenta de que todas eran relaciones de padres con hijos muy cargadas de silencios, una especie de respeto pero sin profundidad sentimental; entonces, quería contar la historia de todos, pero al final nos quedamos (en la editorial) con la historia de mi padre. Si me preguntas qué ocurría internamente en mí, creo que era eso, la necesidad de comprender cómo había sido mi padre a mi edad.
¿Y llegaste a comprenderlo?
No lo sé. Uno a veces sale de libros como estos con más dudas que certezas. Yo siento que he conocido a mi papá un montón, que la investigación, que la confrontación con los personajes de mi familia, que las reflexiones que iban apareciendo mientras yo escribía, me iban dando más conocimientos sobre él que me permitían entender etapas de su vida que para mí habían sido desconocidas, pero también se abren otras preguntas, quedan otras dudas, que ya no sé si serán materia de otro libro, de más ficciones. No creo que uno escriba para curarse de algo, porque todo el tiempo, si bien hay heridas que se alivian, hay otras que se avivan.
Fue entonces una especie de catarsis...
Bueno, algo de catarsis ha habido, pero no únicamente eso. También ha habido la intención de crear varios libros en uno. Este es un libro que por un lado es una novela sentimental, también es una crónica política, es una memoria, pero también era un desafío literario para mí. No solamente la catarsis de querer escribir para matar al padre; era también un desafío como autor, tomar distancia de los libros que había escrito antes, lograr un tono que no sea melodramático, porque ya la historia en sí misma era melodramática como para que el tono lo sea. Tratar de encontrar un tono que sea un poco neutral y narrar desde esa neutralidad era un desafío que para mí también era importante.
En una parte del libro dices que esta novela también sirve para reivindicar a tu madre. ¿Lo has logrado?
No estoy seguro si digo eso explícitamente, pero creo que puede ser una cosa que aflora en la lectura. No sé si la he reivindicado. De hecho, la figura de la madre está ahí. El personaje de la madre está hecho con referencias de mi madre, pero también tiene cosas que no tienen nada que ver con ella... Creo que uno siempre escribe sobre el padre porque en las familias tradicionalmente este siempre es el ausente, el que no está, el que se tiene que ir a trabajar, y las madres de mi generación -por lo menos- eran las amas de casa que siempre estaban presentes y que siempre eran una certeza. Tú madre siempre estaba ahí, no había dudas respecto de lo que hacía porque su trabajo estaba en el medio ambiente en el que tú te movías. Y creo que uno escribe sobre lo que le falta, sobre lo que no ve, sobre lo que le genera preguntas. Y creo que por eso hay más literatura sobre el padre que literatura sobre la madre. La madre es más una certeza; el padre es más una duda. Y quizás, involuntariamente, o deseándolo inconscientemente, el libro sobre mi padre sea, sin querer también, un homenaje a mi madre.
¿Tuviste problemas con tu familia por revelar asuntos personales de tu padre?
Hace poco escuchaba una entrevista a un escritor argentino, que a mí me gusta mucho, que se llama Pablo Ramos, que escribió también un libro sobre su padre: “La ley de la ferocidad”, y él decía: “un autor madura cuando escribe los libros que tiene que escribir, que necesita escribir, no los que quiere escribir”. Yo necesitaba escribir este libro y mientras lo escribía trataba de despejar mi mente de influencias que pueden ser tan naturales de alguien que escribe como el qué dirá tu familia, qué opinarán los lectores, qué apuntará la crítica. Eran ideas que estaban ahí, por supuesto, pero uno tenía que tratar de evadirlas. No pensé en las consecuencias. Me parecía más importante el hecho de poder contar la historia de mi padre. Además, si esta novela tiene un corazón, un núcleo, es la relación del padre con el hijo, es el hijo tratando de descubrir cómo era su padre y luego narrando pasajes de su intimidad con él.
¿El libro es también el acta de matrimonio de tus padres, que no pudieron casarse?
Independientemente de que eso sea cierto o no, de alguna manera yo pienso que los libros pueden ser esos documentos que nos faltan. En muchas familias hay cosas que faltan, secretos que no se develaron, de los que nunca supimos o que descubrimos tarde. Y creo también que los libros pueden ser como darle la oportunidad a un escritor de contar los secretos que siempre escuchó, que se rumoreaban en la familia. Además, no son secretos privativos de una familia. Yo creo que las cosas que están contadas en el libro no solo le ocurren a una familia de clase media de Lima, creo que ocurren en familias latinoamericanas, sino en las familias universales. Entonces, no creo que mi intimidad sea tan desconocida; al contrario, creo que mi intimidad es la intimidad de muchísimas familias.
¿Qué sientes ahora por tu padre?
Lo que me pasa ahora, cuando pienso en él, en el “Gaucho” Cisneros, pienso ya no solo en el padre que yo recuerdo, sino también en el personaje literario, y me lo imagino en el Mar del Plata de los 16 años; entonces, siento como que se han mezclado el padre real con el padre inventado, o con el padre literario, y creo que convivo más con ese recuerdo, con la mezcla de esos dos personajes.
Curiosidad. ¿Por qué no fuiste militar como él?
Bueno, en realidad la curiosidad... La pregunta creo que es por qué él fue militar, cuando todo en su ambiente más bien lo empujaba a dedicarse al periodismo o a las letras o a cualquier otra cosa, o a la diplomacia, pero él eligió ser militar probablemente por las mismas razones por las que yo elegí después no serlo; es decir, por una mezcla de rebeldía, de querer hacer las cosas a mi manera. Nunca tuve además, ciertamente, una expectativa por lo militar ni él la sembró en mí ni en ninguno de sus hijos. Esta era una casa en la que los modales militares estaban muy presentes, en la que la disciplina militar se sentía. Quizá por eso es que no me construí a mí mismo como un potencial militar. Además, no tenía ni el carácter ni la templanza, era más bien como inseguro, apocado. Yo siento que los militares definen su vocación desde muy temprano y se ven a sí mismos como sujetos muy aplomados. Nunca se desarrolló en mí ninguna inquietud por el ejército. Había más razones para que yo me decantara por una actividad como la escritura porque mi abuelo y mi bisabuelo eran poetas. Mi tío Luis Jaime (Cisneros) también estuvo siempre en el la Academia, en el mundo de la literatura, entonces, era como lo que me tocaba, eran los insumos que estaban en el ambiente. Pero creo que además eso se conectó con una forma de ser, el hecho de necesitar escribir desde muy temprano las cosas que me pasaban.
¿Qué rasgos de la personalidad de tu padre has heredado?
Creo que somos muy distintos o yo tengo la idea que somos distintos. Si tuviese que pensar en una herencia en términos de carácter, quizá el hecho de ser algo analítico o la pretensión o las ganas de querer ser analítico. Creo que tengo algo de su ironía, aunque él tenía un humor mucho más chabeteado, era mucho más rápido. A veces creo que tengo su paciencia, pero en realidad soy mucho más ansioso que él. No sé. No podría identificar un legado en términos de carácter. Pero, a pesar de que para mí es muy difícil precisarlo, mi madre y mis hermanos me dicen con mucha frecuencia “eres igualito a él en tal cosa”. Yo, la verdad, no veo tanto parecido, pero supongo que la palabra de ellos tiene algún tipo de autorización. Ideológicamente para mí están mucho más claras las diferencias. Pero creo que los dos somos dos personas muy sentimentales. En el fondo, él era una persona muy sentimental, solo que arropó esa sentimentalidad con toda la carga de su convicción militar. Yo soy claramente sentimental. Soy un escritor sentimental. Nunca he renegado de ese aspecto de mi forma de ver el mundo y, más bien, sospecho de los hombres, de las personas en general, que presumen de no ser sentimentales y que se reivindican como parte de un mundo más práctico, más frío, o que ven que la frialdad es un valor y el sentimentalismo, un demérito. Yo sí me considero sentimental. No creo que haya algo malo en eso.
Renunciaste a RPP. Te fuiste a España. ¿Valió la pena, por decirlo de alguna manera, dejarlo todo?
Sí, sin duda. Sin duda porque en verdad era también como permitirme a mí un desafío, el desafío de vivir en un lugar sin las comodidades que tenía acá, sin trabajar para un medio, de vivir para escribir. No es que haya abandonado del todo el periodismo. Estoy como corresponsal de RPP en Madrid, pero en verdad no es un trabajo del todo fijo. Pero sí. Ha valido la pena. Yo quería vivir en otro lado antes de los 40 años, tratar de exponerme a otros sentimientos, descubrir una ciudad, y eso es lo que está pasando, es estimulante, hace que todo el tiempo tenga ideas nuevas sobre mí mismo, sobre el entorno, y creo que todo el mundo debería permitirse eso alguna vez, sospechar de su lugar de confort y tratar de erradicar de su vida la posibilidad de que ya esté todo más o menos planeado. Yo sentía eso cuando estaba viviendo acá. Si me mantenía donde estaba podía perfectamente vivir los próximos 20 o 30 años sin tomar grandes riesgos, pero eso implicaba una vida más o menos ya diseñada y eso me generaba una incomodidad que fue creciendo en los últimos meses.
Querías arriesgar...
Quería probar de qué estaba hecho. Quería, sí, arriesgar. Yo nunca he sido una persona muy arriesgada, así que quería asumir un riesgo alguna vez y ver si de verdad podía vivir escribiendo, si podía prescindir de algunas comodidades y la verdad es que no me ha hecho falta nada de lo que tenía antes. Y siento que estos meses, y espero que en los próximos años, tengan ese nivel de inspiración, de estímulo. Además, es una sociedad que, con los muchos defectos que tiene, también encierra una promesa de civismo que, por ahora, a Lima le falta mucho. Las cosas que más odio de Lima, que son el tráfico, la violencia y la inseguridad permanente, son cosas que en Madrid están más o menos resueltas. Hay, por supuesto, cosas que añoro profundamente, mis amigos, la familia, la posibilidad de estar en un lugar que conoces perfectamente, pero creo que ahora es un tiempo en el que me toca estar allá... Para mí es importante estar allá, tratando de escribir y dedicarme casi exclusivamente a eso.
ACTIVIDADES
Renato Cisneros conversará hoy, desde las 19.00 horas, con los lectores y firmará ejemplares de su libro “La distancia de nos separa” en la sala principal de la 36° Feria del Libro Ricardo Palma, ubicada en Larcomar. Además, desde este fin de semana, participará en la primera edición del Hay Festival, que realizará del 5 al 8 de diciembre en Arequipa. Y el 18 presentará su novela en la Feria del Libro de Trujillo.
Renato Cisneros
Escritor (39)
Publicó sus primeros tres libros de poemas en 1999.
Lanzó su primera novela, No confíes en mí, en 2010. Le siguió Raro. Ilustraciones de Robotv en 2012.