EFE/Zipi
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En los últimos meses, con la pandemia del coronavirus encima, la escritora brasileña Nélida Piñón se encerró en su casa para terminar su libro inédito “Un día llegaré a Sagres”. La autora no hizo más que obedecer el llamado de su novela y, así, no dejarse ganar por el coronavirus y su miedo y todo lo terrible que ha traído a nuestros días. Desde esa victoria, pero sin perder la perspectiva de la realidad, Piñón nos habla sobre su trabajo literario, los libros y autores que admira, la fantasía y de la historia de la humanidad, que entrega algunas luces de lo que dejará el virus. La tragedia siempre ha rondado durante el tiempo que hemos estado en el mundo.

En su discurso por el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, escribió que “el desfile de la vida, que es carnívora y transitoria, no ahuyentó la fantasía sustentada por las volutas de las catedrales, por el delirio musical de la muerte y transfiguración de Isolda, por los filtros del amor y del desespero de las Américas, por la ‘sinrazón’ irónica del Quijote”. ¿Podemos agregar que la pandemia tampoco puede ahuyentar la fantasía?

Yo no sé cómo cada persona puede reaccionar, pero la fantasía, la imaginación, no nos puede dejar. No podemos abandonar la imaginación, ni la del terror, de la catástrofe, de lo que sea: cada quien pondrá una fiebre en su imaginación. Estoy segura de que saldrán muchos trabajos o experiencias personales. El hombre tiene su destino asociado a lo que él inventa. Es casi una fatalidad humana; estaremos inventando, fantaseando la muerte y un futuro que quizás no habrá. La fantasía está siempre en pauta para ser una catedral o un soneto fúnebre.

¿La literatura nos puede ayudar a romper estas fronteras físicas y de aislamiento que se han reforzado con el virus?

Eso es individual. Yo he roto las fronteras de esas limitaciones impuestas por el virus con la escritura de mi novela. Pude enfrentar este terrible disgusto, aceptando lo cotidiano, el contexto cercano y limitado. Pero, a la vez, también terminé una novela en mayo. Trabajaba todos los días en mi novela, y después de haberla terminado, aún hacía lectura; esta tragedia colectiva, individual, no me impidió que finalizara una novela que se llama “Un día llegaré a Sagres”. Además, convencí a mis editores de publicarla en medio de estas adversidades. Mi libro estará saliendo entre setiembre y octubre, y me preguntarás “¿no tienes miedo?”. No, así no se venda un libro, el libro ya existe. Es la simbología de la existencia. 

¿No cambió su forma de escribir con lo que pasaba en el mundo?

No, fue igual que antes. El libro era imperativo, me comandaba. En Lisboa, pasé un año escribiendo esa novela. Dos años y tres meses conviví íntimamente con ese texto, y seguí fiel a sus dictámenes estéticos, históricos, narrativos.

¿La escritura se convirtió en un refugio?

No lo consideré un refugio ni un pedido de socorro. Yo quería terminar. Pensé: “no puedo morirme de esa enfermedad, primero debo terminar mi novela”. También hubo ese impulso de ser fiel a mi texto, darle vida, y no morir por cuenta de ese virus. Por tanto, he ganado. La victoria es mía, no del virus, aunque me pueda morir mañana. 

Umberto Eco, en “Apostillas a El nombre de la rosa”, escribió que “los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia ya contada”. ¿En el caso de su última obra fue así?

Solo conversé con este libro, no con ningún otro. La novela me ha ofrecido toda clase de diálogo. Viví todo ese periodo en función de lo que el libro me decía, en lo que el paisaje portugués me decía, porque el libro ocurre en Portugal del siglo XIX y además hay locaciones, a partir del siglo XV. Tenía mucho de qué ocuparme. Y tenía grandes personajes, Incluso Luís de Camões aparece en mi libro. 

¿Y cómo sucedió en sus anteriores libros?

Mientras estoy escribiendo, sigo enamorada, pero cuando voy a terminar me llega una pasión indescriptible. Sospecho que tiene mucho que ver con la noción de la muerte, con la falencia de mi incapacidad de terminar. Entonces, ya empiezo a trabajar con mucha más intensidad, porque el libro pide, suplica, que yo le dé vida, y tengo que obedecer a mi novela.

¿Ha estado leyendo?

Te voy a contar algo que es mi realidad: casi no estoy leyendo por un motivo muy simple. Estoy con un problema visual muy fuerte. Pero menos mal que yo tengo un ordenador inmenso, con el que he podido trabajar. Y estoy enamorada del iPad porque sin este no puedo leer nada.

Entonces hablemos de los libros que más la marcaron en su vida…

Yo soy una mujer absolutamente fascinada por San Pablo. Los métodos paulinos, las concepciones paulinas de la historia. Él siempre decía que le debía todo a los griegos, los romanos, a los hebreos, a los modernos y los arcaicos. Yo también. Debo todo a todos los libros que he leído en mi vida. Por ejemplo, Homero: soy una enamorada de La Ilíada, La Odisea, tanto que tengo un libro llamado “Aprendiz de Homero”. Es un libro de ensayos que tiene mucha repercusión. Siempre estoy reverenciando a Homero, incluso imagino que me encantaría invitarlo a mi casa. También estoy enamorada de Cervantes, Shakespeare, Camões, de toda esa gente extraordinaria. En Brasil tengo una reverencia profunda a Joaquim Machado de Assis, el brasileño al que más admiro. 

¿Y autores peruanos?

Hay muchos. Me encanta José María Arguedas, me fascina su obra. “Los ríos profundos” me parece un libro que define un país y que explica cómo el Perú se ha formado en los holocaustos que hubo. También Guamán Poma de Ayala, una maravilla de hombre, un personaje extraordinario. Y soy una gran admiradora de Mario Vargas Llosa. Creo que es un gran escritor y una gran conciencia de nuestro continente.

Para terminar, ¿eres optimista en lo que seremos después de la pandemia?

No creo que sea optimista o pesimista. La humanidad siempre ha padecido muchos horrores, pestes, muertes, invasiones y siempre ha sobrevivido, se ha puesto por encima de las tragedias. La tragedia es una marca de nuestra civilización. No nos hemos liberado de esta. Pero hay una característica a lo largo de la historia humana: tenemos casi una vocación para olvidar. El olvido es un recurso que nos pone de pie. Recordar es muy doloroso. Imagínate si los judíos pensaran todo el tiempo en el holocausto. Sufrieron, pero siguieron. Todos nosotros seguimos adelante. Con lo que pasa ahora, claro que habrá muchas secuelas.

¿Cómo cuáles?

Lo que me preocupa mucho, además de las secuelas morales, psicológicas, dramáticas, todo lo que tiene que ver con la muerte, son los dolores tremendos en la pérdida de empleos, del dinero. Eso me parece muy terrible. Creo que marcará, por un tiempo, nuestra civilización.

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