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Orlando Mazeyra reedita con Editorial Aletheya, uno de sus primeros libros, con el cual logró hacerce conocido en el mundo literario, aquí nos habla de esta y otras pasiones.
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¿Qué podemos esperar los lectores de esta reedición de “Mi familia y otras miserias”?
Esta segunda edición trae 19 historias nuevas que nos dan una mirada peculiar del bullying en el colegio y en la universidad, del incomprendido oficio de escritor, del periodismo cultural, de la convención minera, de la época de lluvias en Arequipa (entre enero y marzo), del cine, la metaficción, mi amistad con Oswaldo Reynoso, entre otros temas. Las miserias que se muestran con este bonus track van más allá del ámbito familiar e impelen al lector (ese es mi deseo) a ver sin anteojeras a Arequipa.
¿Cuál fue el proceso para escribir los nuevos cuentos?
He acumulado historias durante los últimos diez años. Llevo el mismo tiempo ejerciendo la docencia universitaria, así que los relatos surgen cuando me doy un respiro, es decir, cuando hay una pausa (los fines de semana, por ejemplo). Todos fueron escritos antes de la pandemia del covid-19.
¿Por qué el FBC Melgar es tan importante para ti e incluso aparece en varios escritos tuyos?
El fútbol fue mi primera pasión y es otra ficción maravillosa (pone orden en el caos cotidiano durante 90 minutos y un poco más si tu equipo gana). Creo que para entender cómo me hice escritor hay que saber que, cuando era un infante, quise corregir los constantes fracasos de mi equipo en los años noventa: así empecé escribiendo cuentos en donde Melgar campeonaba. No escribimos para contar nuestras experiencias, sino para transformarlas; y el fútbol siempre nos invita a soñar, además de educarnos en la tolerancia al fracaso (aspecto medular a considerar en estos tiempos de generaciones de cristal).
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¿Qué autores te han influenciado y recomiendas?
Si hablamos de fútbol tengo que recomendar, sin dudarlo, a Eduardo Sacheri (de Independiente), Hernán Casciari (de Racing) y Martín Kohan (de Boca Juniors): tres notables escritores argentinos (no hay que ser muy avispado para darse cuenta de que Argentina es el país que más intelectualiza el fútbol). De los narradores peruanos, digamos, contemporáneos recomiendo a Carlos Herrera (pueden empezar con su joyita de la narración breve: “Horrores minúsculos” y con su novela “Blanco y negro”), Juan Manuel Robles (“No somos cazafantasmas”, cuentos de ciencia ficción), María José Caro (“¿Qué tengo de malo?”, realismo del bueno) y Claudia Ulloa (su versátil volumen de cuentos “Pajarito”). De los pesos pesados: Borges (“Ficciones”), Ribeyro (“La palabra del mudo”), Kafka (“Carta al padre”), Onetti (“El pozo”), Lispector (“Cuentos completos”), Guerriero (“Plano americano”, retratos de artistas) y, por supuesto, todo Reynoso y todo Vargas Llosa.
¿Qué le recomendarías a los escritores jóvenes para empezar con sus cuentos?
Cuando un letraherido que aspira a ser escritor empieza suele caer en la tentación de “pastichar” a los escritores que admira o que lee con devoción pero, ojo, este ejercicio sólo debe servir para mantener la “mano caliente” (como recomendaba García Márquez). Tito Monterroso siempre aconsejaba que exista un punto de equilibrio (cuando confíes mucho en tu talento, duda; cuando dudes mucho de tus capacidades, confía). Es necesario buscar lectores que hagan críticas constructivas a nuestros borradores y no olvidar los preceptos de Oswaldo Reynoso: leer, leer y leer; escribir, escribir y escribir; y vivir intensamente. Encontrar la propia voz es algo difícil, sin embargo sólo es posible escribiendo siempre y con toda intención.