Victoria Guerrero ha tachado el verso de Dylan Thomas para titular su nuevo libro, Y la muerte no tendrá dominio (FCE, 2019), un dietario sobre la muerte de su madre, y así dejar atrás esa luz que irradia la fatalidad del poema.
La poeta peruana transita por el misterio de los sentimientos, sobre todo de los que tiene hacia su madre, la vulnerabilidad de los cuerpos, la tiranía de la salud, y por los pasillos pálidos, enfermos, de un hospital peruano.
Este libro es uno de los viajes más difíciles que Guerrero ha concebido a través de la escritura: una forma de enfrentar la muerte.
El primer epígrafe de tu libro es un poema de Chantal Maillard que, al final, dice: “Escribo para que el agua envenenada pueda beberse”. ¿Concebiste así la escritura de Y la muerte no tendrá dominio? Creo que sí. Leer ese poema me provocó mucho. Resumía lo que yo quería decir. Y, además, es una poeta extraordinaria, que te llena con cada verso y se enfrenta a la crueldad, al dolor. Y pocos poetas lo hacen de esa manera. Yo encontré este verso y dije: es lo que yo he intentado hacer en ese texto.
¿Cómo diste el paso de publicarlo, de entregar al lector esta exploración personal del duelo por tu madre? La publicación fue una cuestión bastante práctica, de editor. Yo pensaba que no iba a poder terminar el libro. Es uno de los más difíciles que he escrito. Es un libro bastante personal en muchos sentidos. Era la relación con mi madre. El empuje de los editores del Fondo de Cultura Económica (FCE) me hizo avanzar en el libro. Tuve periodos en que no escribía nada. Luego se ganaron los fondos del Mincul y ahí sí tenía que escribir. Le decía al editor: dime partes porque no puedo leer el libro completo. Me costaba muchísimo volver a leerlo. Nunca me había pasado.
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“Fue hacer un tú a tú con mi madre para reconciliarme conmigo misma y el mundo y con ella”
¿Necesitabas de ese híbrido entre poemas, prosa poética y ensayo para adentrarte en esa relación de la madre y la hija y la muerte? Sí, es un híbrido. Cuando lo comencé era un ensayo, pero tenía cosas tan personales y extractos que no los podía escribir en prosa, sino que necesitaba del verso para hacerlo. Creo que es un collage de todo esto. Está experimentado con muchos géneros de la literatura. Además, citar otros libros para elaborar esta suerte de ensayo experimental me sirvió mucho. También entrevisté personas que, cuando sabían lo que me había pasado, se sentían identificadas por este asunto de maltrato o burocratización de la muerte en el Perú.
¿Fue premeditado entregar este lado real de la vida, donde nos convertimos en una cifra o hasta en un “gol” (paciente fallecido)? Uno de los puntos de partida era que el agua envenenada pueda beberse. También hacer un tú a tú con mi madre, para lograr una reconciliación conmigo misma y el mundo y con ella. Pero, por otro lado, fue superchocante ir a estos lugares. No era la primera vez que iba, pero el hecho de cómo ella muere y lo que sucede después fue muy fuerte. He tocado la enfermedad en mis libros de poesía, pero el aparato médico, las ideas que tengo sobre el poder, las medicinas, los cuerpos, sobre todo de las mujeres, fue bien real y complejo. Merecía la pena darle ese lado. Ese sentimentalismo también tenía que ver con lo otro, con esta realidad y también es una forma de denuncia desde lo que ocurre.
En el libro se dice que dentro del Rebagliati vive el Minotauro, que “se alimenta de cuerpos reducidos a formularios, carnets y permisos de visitas”... Desde que entras hay que aprender cómo moverte, porque si no tu familiar muere, inmediatamente. Puede ser que aprendas e igual fallezca. Incluso teniendo muchísima ayuda, relaciones fuertes dentro del mismo hospital, igual hay negativas que son infranqueables. Hay como un aparato burocrático que es mental. Uno puede tener miles de leyes, un superedificio de emergencia o UCI, pero la cuestión es mental y espiritual y esas cosas no cambian.
También hablas de la figura de la madre “silenciosa, cálida, puro sustento”. ¿Por qué seguimos manteniendo ese peso cuando es difícil vivir y ser mujer en un país como el Perú? Hay toda una imagen mariana de la mujer en América Latina y está muy presente en nosotros. Es también una demanda espiritual de cualquier hijo: que tu madre te dé todo, que sacrifique hasta lo último. Pero ahora, los nuevos movimientos han presentado otras demandas sobre los sujetos. Las mujeres ya no quieren ser solo eso. También quieren poder equivocarse y experimentar. Y tiene que ver con esa demanda, como yo lo interpreto, que veía en mi madre: de ser o hacer cosas que quizá ella no hubiera querido. Tal vez, hubiera deseado ser simplemente una pintora y viajar por el mundo. No lo sé. Son cosas que intuyo.
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80 páginas tiene el libro Y la muerte no tendrá dominio.
Victoria Guerrero
Poeta y activista
Nació en Lima. Es doctora en Literatura y máster en Estudios de Género. Publicó El mar, ese oscuro porvenir, Ya nadie incendia el mundo y En un mundo de abdicaciones.