Es curiosa la forma en que la lectura nos permite descubrir nuevas dimensiones de los actos cotidianos. Un lugar que parece no decir mucho se convierte en revelación y catarsis. Esto me ha sucedido con “Una familia en Bruselas” (Tránsito, 2021) de Chantal Akerman, la cineasta belga que escribía tan bien como filmaba.
En la literatura contemporánea hay una tendencia a la desmitificación de la familia, donde se miran las sombras que se solían ocultar por la convivencia, la armonía y una paz aparentes dentro del núcleo social.
Ese cuestionamiento es oportuno —muy bien escrito en la mayoría de los casos: Katya Adaui, Mónica Ojeda, Pilar Quintana— y da nuevas luces de lo que sucede en las casas: de sus violencias, de las desconexiones emocionales y del escape.
¿Qué tiene que ver esto con el texto de Akerman? Todo, porque en este doble monólogo de hija y madre se recompone a la familia en casi la mayoría de sus matices y lo consigue en menos de 60 páginas y narrando escenas que van de lo nimio a lo desolador y viceversa.
Como en sus películas, la mirada de Akerman se enfoca en los momentos más domésticos de la vida, como reír, comer, bailar, oler, abrazar, sonreír, trabajar, pasear, proyectados desde una luz marcada por la muerte del padre y esposo.
La pérdida, el duelo, es el parteaguas del libro y empieza con una entrada memorable: “Y veo también un piso grande casi vacío en Bruselas. Sólo con una mujer que suele ir en bata. Una mujer que acaba de perder a su marido”.
No hay hogar más triste que una casa en silencio donde antes había carcajadas y llantos, la vida.
LA VIDA ES FÍSICA
Hay otra dualidad en lo que retrata “Una familia en Bruselas”. Akerman comienza describiendo que su padre ha muerto y que su madre está lidiando con el duelo. Pero, al contarte ese proceso, lo hace desde la vida.
La memoria ingresa a la narración, porque no hay otra forma de contar el dolor que desde la experiencia.
La escritora escoge una prosa de dos narradoras, madre e hija, conectadas de manera sutil, y un fraseo sin muchos signos de puntuación para generar el efecto del discurrir del pensamiento.
Así, las dos miradas nos muestran momentos de la normalidad y lo terrible del cambio del cuerpo del esposo y padre.
La enfermedad ha transformado el rostro del hombre, le ha quitado el habla espontánea, el andar y hasta los recuerdos.
“La vida es física”, dice el poema “La cura” de José Watanabe. Lo que nos sucede en el cuerpo tiene forma, también la tristeza: en el caso del libro de Akerman, la soledad, la incertidumbre y la ausencia se componen por actos cotidianos.
La esposa lo recuerda manejando su auto, con su olor, la forma de bailar, sus comentarios. Para la hija, su manera de sentarse, la condición de narrador de anécdotas que le sucedían durante vacaciones, lo que ella replicaba con historias tristes y alegres, que a veces eran inventadas pero otras, ciertas.
En el silencio de la mujer, sobre el espacio de lo que no se evoca, Akerman pone un sentido sutil. Nunca está dicho de manera abierta: los campos de concentración nazis todavía asfixian a su madre o el hecho de que extraña a su compañero.
LO QUE NO SE DICE
Se conoce a la gente por sus acciones, no solo por lo que dice. Las formas de lo habitual perfilan al esposo y padre en “Una familia en Bruselas”.
Sabemos que él tenía dudas y que era muy precavido por su forma de manejar.
Nos acercamos al amor de la esposa por sus recuerdos del olor y los besos fugaces.
Comprendemos que alguien está mal cuando no tiene apetito.
Entendemos que la vida sigue cuando la esposa va a la playa a pesar de que todo ha cambiado sin él.
La memoria de los actos cotidianos, lo que vemos pasar de manera tan rápida y que parece no significar nada, es lo que construye el complejo reino del hogar.
DATO
“Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles” es la película de Chantal Akerman que fue elegida como la mejor de la historia por la revista británica Sight and Sound, la cual reúne cada diez años a más de 1600 especialistas del cine. La cinta apareció en 1975 y bajó del podio a “Vértigo” y “Ciudadano Kane” de Alfred Hitchcok y Orson Welles, respectivamente.
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