Stephen King es tan buen escritor que te hace leer un manual de escritura como si fuera una novela, con su protagonista en medio de obstáculos, villanos tenebrosos y muchas carcajadas. El héroe en “Mientras escribo” (Penguin Random House, 2018) es la escritura y, para llegar a su momento ideal, se tiene que atravesar una serie de ideas, mitos y hábitos poco saludables para la literatura.
Este libro fue publicado en 2000, hace más de veinte años, y sus lecciones no se han apolillado.
Porque King no se la pasa hablando de la divinidad de los escritores y la intransferible magia de la inspiración. Para nada. Sí resalta el trabajo arduo, honesto y constante de quien se llama escritor.
De aquí sale su máxima repetida hasta el cansancio pero que sigue sonando tan bien: “Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo”.
Cuando escuches a alguien decir que escribe pero no le gusta leer, sospecha y mucho. Es como jugar la final del Mundial sin revisar el partido anterior de tu rival.
Un libro sobre cómo se escribe es una postura inevitable del autor.
Ahí están sus preocupaciones, su disciplina, sus técnicas y el alma que le coloca a cada frase, párrafo y estructura. Es lo que hay detrás del telón del acto de contar historias, pero no una máquina de hacer buenos escritores.
NO HAY RECETAS
King parte su libro desde la premisa de que el lector entiende que su vocación es ser escritor.
Si no se cumple esta condición, “Mientras escribo” se convierte en solo un manual para redactar bien, con gracia y sin tantos errores.
El autor de “It” y “El resplandor” muestra algunas conclusiones a las que ha llegado en su camino de escritor: los tropiezos iniciales, los mitos ingenuos (como la relación escribir-drogas) y la atención en los elementos claves como el vocabulario, la gramática y el estilo.
Lo demás está en cada escritor, en su concepción del mundo, sus vivencias y el tiempo que dedica a leer, escribir y corregir.
Recuerdo que Oswaldo Reynoso en sus talleres decía a sus alumnos que no había recetas para la escritura, que la creación literaria tenía otros caminos.
Reynoso, quien compartía con King la aberración por los adverbios (sobre todo los terminados en mente) y el mal uso del lenguaje, asociaba el ejercicio de escribir con el verbo cocinar. Puedes tener los ingredientes, los pasos a seguir pero nunca te saldrá un plato tan rico como el que ha preparado alguien durante muchos años. Es práctica, trabajo, quemaduras y aciertos.
ACTO DE FE
El libro de Stephen King también es un homenaje a la escritura y la lectura.
El autor cuenta su experiencia, sus inicios copiando textos y creando sus propios relatos, los centavos que recibía por sus ficciones, las numerosas cartas de rechazo de sus manuscritos, la forma en que trabajó novelas como “Carrie” y “Misery”.
Es un festín de historias entretenidas, tristes y conmovedoras. Aunque no pone al arte por encima de la vida, sí le da un lugar crucial a la literatura, en especial cuando estuvo al borde del abismo por sus adicciones o situaciones externas como el atropello que casi deja inconcluso “Mientra escribo”: “Ha habido momentos de mi vida en que escribir ha sido un pequeño acto de fe, como escupirle a la cara a la desesperación. (...) Escribir no es la vida, pero yo creo que puede ser una manera de volver a la vida”.
DATO
Stephen King casi muere al ser atropellado por un conductor el 19 de junio de 1999, en el año en que estaba trabajando en “Mientras escribo”. El autor estadounidense se encontraba caminando por el arcén derecho de la ruta 5 en Lovell en el momento del impacto. Por fortuna, sobrevivió a las operaciones y, tras algunos meses, pudo retomar su libro.
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