La Santa peruana es conocida sobre todo, por los milagros que concedía a los enfermos. Se dice que, Rosa de Lima los hacía con la ayuda de una imagen de Jesús, a quien llamaba “Niño Doctorcito”.
La devoción tomó lugar al “Dulce Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón”, hace 743 años, en 1274, cuando el Papa Gregorio XIII la confió a la Orden de Santo Domingo. Un fervor que tomó por bien. De acuerdo con la tradición, se dice que la Santa Rosa tenía en su casa una preciosa imagen del Divino Niño a la que muchas personas necesitadas de Lima, especialmente enfermos, acudían para verla y recibir de ella consuelo y alivio a sus enfermedades; de allí su apelativo de “Doctorcito”.
Luego de esto, la fe de la santa hacía el Divino Niño Jesús se extendió por todo latinoamérica, haciéndose valer por su fe y lista de milagros que realiazó en mano de el pequeño niño.
FE.
Desde los cinco años le hacía esta oración: “Jesús sea bendito y sea con mi alma. Amén”. A medida que crecía la Santa aumentaba en ella el fervor y devoción a esta preciosa imagen. Ante ella aprendió a leer milagrosamente y de ella escuchó esta palabras: “Oh Rosa, Rosa, si hubieras conocido las mercedes que te hecho y el amor que te tengo, de otra manera me hubieras servido”.
Con el pasar de los años, se supo sobre la oración que le rendía Santa Rosa de Lima al Divino Niño Jesús:
“Dulcísimo Jesús, que por nuestro amor os hicisteis Niño; dándoos el Padre Celestial un Nombre sobre todo nombre, para que ante Él doble la rodilla cuanto existe en los cielos, en la tierra y en los abismos. Os adoramos y reverenciamos en esta preciosa Imagen, interponiendo el valimiento de Santa Rosa, Hermana nuestra, para conseguir toda clase de bienes espirituales y temporales. Concedednos, por su intercesión, la gracia de invocaros con fervor, serviros con fidelidad, y amaros sin cesar, de tal manera que seáis como la respiración incesante de nuestro espíritu; y protegidos por la virtud omnipotente de vuestro Nombre, logremos pasar sin riesgo las tempestades de esta vida y en la hora de nuestra muerte exhalemos nuestro último suspiro repitiendo como vuestra esposa Rosa de Lima: “Jesús, Jesús, sea conmigo”. Amén.
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