La escritora peruana Teresa Ruiz Rosas, finalista del Premio Herralde por “El Copista” (1994), acaba de publicar su sexta novela, “Estación Delirio” (Literatura Random House, 2019), en la que narra la liberación de un grupo de mujeres de una clínica psiquiátrica alemana.

La historia, que rinde homenaje a la amistad y critica la labor en los psiquiátricos y a la sociedad, la protagonizan Anne Kahl, la secretaria del centro de salud, y la escritora arequipeña Silvia Olazábal, su amiga.

¿Ha sido casual que su novela tenga una abundancia de datos sobre la cultura en general? No ha sido ninguna cosa intencionada, ha ido saliendo en la medida en que lo exigía el guion. Por una parte, el director de la clínica psiquiátrica y artífice de la liberación era un gran coleccionista de arte y construyó una casa museo, la cual fui a visitar mientras escribía la novela. El arte atraviesa la novela. Anne era una artista plástica, pero se dedicó muy poco a ello. Era una artista secreta, pero siempre estaba la día en lo que ocurría en el arte. Eso se fue colando. Su hija es bailarina de ballet. Las referencias tienen mucho que ver con lo que son los personajes.

¿Qué ha querido expresar con su novela? Que la sociedad no suele tener la suficiente empatía con la gente que sufre un trastorno mental y que hay una tendencia a estigmatizar a estas personas. Eso me da mucha pena porque el cariño y la atención que se les puede dar es lo que más les ayuda, muchas veces, más que el medicamento y el aislamiento. La tendencia que hay hoy a la inclusión en la sociedad también debe considerar al enfermo mental.

¿Los medicamentos no resuelven el problema? Creo que hay un abuso de los fármacos que tienden a aliviar los síntomas depresivos, porque se ha demostrado que la gente que echa mano de ellos se pasa décadas consumiéndolos y tiene que soportar los efectos secundarios y, si deja de tomarlos, vuelve a deprimirse. Son paliativos que no van a la raíz del problema, porque toda depresión tiene una raíz, y eso es a lo que se tiene que apelar. El afectado necesita hablar.

¿Por qué le pareció importante la liberación de estas mujeres del psiquiátrico? En la novela, el psiquiatra dice que ellas tienen que aprender a vivir con su mal y que si están siempre dependiendo de la clínica, nunca van a tener una vida más normal. Indica que una persona que le falta un dedo, o es coja o tiene alguna dolencia física, vive con eso sin impedirle hacer muchas otras cosas. Del mismo modo, hay dolencias psíquicas que son muy importantes que sean aceptadas como tales para a partir de ahí llevar una vida “normal” y sea aceptada también por el entorno; es decir, sin ser excluidos.

¿A qué se debe la fuerte presencia de la mujer en sus obras? A que soy mujer y también a que seguramente la sociedad patriarcal, que es el modelo que más nos rodea, me ha marcado para revelarme ante eso, para demostrar que las mujeres somos fuertes y que podemos mover y alcanzar mucho. Pero sobre todo debemos exigir que se nos respete en nuestra fortaleza y en nuestra debilidad. Por eso yo reacciono muy drásticamente cuando percibo una falta de respecto.

¿Qué le ha dejado las lecturas que ha tenido a lo largo de su vida? Leí mucho a Dürrenmatt, un autor suizo pero en lengua alemana. Me marcó porque me dejó esa enseñanza del humor en la literatura, de tener en cuenta siempre, por muy trágica que fuese una historia, no descuidar el humor porque era el contrapunto necesario y legítimo para que cualquier drama pudiese cristalizarse mejor. Y traducir me ha ayudado en la depuración del estilo, a cuidar mucho el lenguaje.