El pensador Tzvetan Todorov hoy en París a los 77 años, “víctima de complicaciones derivadas de una enfermedad neurodegenerativa”, según un comunicado difundido por su familia.
Él fue un filósofo, lingüista, semiólogo y teórico de la literatura, Todorov habrá sido uno de los observadores más lúcidos del desorden de las sociedades contemporáneas. Humanista de aliento crítico, dedicó su obra a estudiar la alteridad, la barbarie, los límites de la libertad individual y el espíritu de insumisión ante circunstancias adversas.
VIDA.
Nacido en 1939 en Sofía, pero formado en la ebullición intelectual del París de los sesenta, el filósofo obtuvo la nacionalidad francesa en 1973, tras escapar de la Bulgaria comunista, de la que guardó un recuerdo traumático.
Como todo “hombre desplazado”, como le gustaba autocalificarse, Todorov se distinguió por su espíritu inclasificable y su afición a traspasar fronteras entre disciplinas. Se mantuvo a una distancia prudencial de los apóstoles del posestructuralismo, como Foucault o Derrida, y nunca acabó de encajar entre los llamados nuevos filósofos, los jóvenes y mediáticos pensadores que emergieron en los setenta, encabezados por Bernard-Henri Lévy y André Glucksmann. Doctor en Psicología desde 1966, Todorov se especializó en el análisis de la poética y la retórica. Tradujo a los formalistas rusos y firmó un volumen de referencia sobre el género fantástico (Introducción a la literatura fantástica, 1970), antes de renovar las teorías sobre el relato sirviéndose de los postulados de la semiótica. Después de todo, había sido discípulo de Roland Barthes al llegar a París.
Sus objetos de estudio fueron amplios y cambiantes. Cuando se agotaron los poderosos efectos del giro lingüístico, Todorov dejó atrás el estructuralismo y dirigió su interés hacia la historia de las ideas. Estudió los fundamentos de la filosofía de la Ilustración, dedicando ensayos a Rousseau, Voltaire y Diderot. También a Montaigne y a figuras más tardías como Claude Lévi-Strauss, de quien propuso una lectura crítica en Nosotros y los otros (1989). Todorov fijó su mirada en la cuestión de la alteridad en las sociedades coloniales y sus consecuencias en el mapamundi poscolonial que conocemos hoy. “Cada individuo es multicultural. Las culturas no son islas monolíticas”, dejó dicho. “Este miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran primer conflicto en el siglo XXI”, pronosticó en 2010 en una entrevista concedida a EL PAÍS, antes de que los refugiados llegaran masivamente al continente europeo y los partidos extremistas batieran récords. “El miedo a los bárbaros es lo que nos arriesga a convertirnos en bárbaros”, dejó dicho en otra ocasión.
Especialista en cuestiones de memoria histórica, Todorov se mostró fascinado por la figura del insurgente, a quien dedicó su último ensayo publicado, Insumisos (Galaxia Gutenberg), una galería de retratos de personajes históricos que supieron oponerse al poder, de Boris Pasternak a Edward Snowden, pasando por la étnologa francesa Germaine Tillion, figura de la resistencia contra los nazis, con quien intimó poco antes de su muerte en 2008. Todorov presidía la asociación que lleva su nombre. “Hay formas de comportarse con dignidad moral incluso en circunstancias extremas”, explicó a este periódico el año pasado. Otra de sus pasiones fue la relación entre la pintura y el pensamiento. Analizó la obra de Vermeer, Rembrandt y Goya. Un ensayo todavía inédito sobre esta cuestión, Le triomphe de l’artiste, será publicado en marzo en Francia. Será el testamento de este pensador, profesor en universidades como Columbia, Harvard y Yale, doctor honoris causa por la Universidad de Lieja y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008 por representar “el espíritu de la unidad de Europa, del Este y del oeste, y el compromiso con los ideales de libertad, igualdad, integración y justicia”, según el jurado.