El centro poblado Secocha, es una de las zonas mineras artesanales más grandes de Arequipa y el Perú. Tiene 18 años de fundación y está a unos minutos del distrito Mariano Nicolás Valcárcel, al norte de la provincia de Camaná.
Según el teniente gobernador del asentamiento humano Portocarrero de Secocha, Armando Enríquez, esta localidad tiene una población aproximada de 25 mil a 27 mil, en su mayoría población flotante, debido a ello muchas visitas la consideran la capital del distrito, en vez de Urasqui, que tiene menos pobladores.
Hasta antes del año 2003, Secocha solo tenía cerros desérticos, sin carreteras en las montañas, ni población que lo habite, pero el boom de la minería artesanal para la extracción del oro, empezó el 2004. La población se asentó en las faldas de los cerros y los bordes de las quebradas, con la confianza en que la lluvia es escasa, sin imaginar que en cuestión de minutos lo perderían todo, como ocurrió el 5 de febrero.
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La necesidad de trabajo llevó a los ciudadanos de Arequipa y migrantes de las regiones de Cusco y Puno a introducirse en los socavones, con la esperanza de tener mejores ingresos. Con el tiempo, norteños y sureños se instalaron en Secocha junto a sus familias y el centro poblado se convirtió en una zona de todas las sangres, en medio de diversas necesidades.
Origen
Antes que surgiera Secocha, el agente municipal de Posco Misky, Mauro Noa, cuenta que en el 2004, entre las quebradas se fundó el primer centro poblado y lo llamaron Posco Misky. Nació con un padrón de 98 socios y ahora, con 19 años de creación, antes del huaico vivían aproximadamente 4 mil personas, todos mineros artesanales, entre población flotante y residente. Posterior a ello aparecen San Martín de Porres y Secocha. Este último centro poblado se extiende rápidamente y con mayor población por ubicarse en una extensión más grande de planicie y cerca al río Ocoña.
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Con el tiempo, Secocha crece rápidamente y se convierte en una ciudad comercial proveedora de todos los productos y servicios que requieren los mineros artesanales. Desde implementos de trabajo, herramientas de seguridad, insumos para la labor minera, hasta alimentación y servicios de diversión. Los obreros bajan a Secocha desde sus campamentos para abastecerse de lo necesario durante los fines de semana.
Hace 18 años no tenían carretera, ni puente que les permita cruzar el río Ocoña, pero la necesidad los obligó a construir sus vías a nivel de trocha para acceder a los campamentos mineros, así como el puente Urasqui con el apoyo del Gobierno y dejar de usar el andarivel y el puente colgante, que en temporada de lluvia se cargaba alguna vez.
“Somos 100% trabajadores, no somos platudos, vivimos del día con 30, 40, 50 soles de pago. Venimos de la costa, sierra y selva y con eso hacemos estudiar a nuestros hijos”, dijo, Juana Roque, natural de Cusco. La mujer trabaja como pallaquera (recolección del mineral de los desechos de socavones) y llegó a Secocha junto a su esposo, quien labora como albañil.
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Trabajo forzado
Sin embargo, la explotación aurífera no es trabajo fácil, significa un desgaste físico, el deterioro de la salud, además de la lejanía de la familia, pero los mineros artesanales, es lo que saben hacer y tras el huaico, están dispuestos a empezar de nuevo.
Jesús Huamaní es uno de ellos, llegó a Secocha en el 2016 desde su ciudad natal Ayacucho, en busca de trabajo. Reconoce que la labor no es sencilla y el dinero que obtiene, tampoco es cuantioso, pero al menos cubre las necesidades básicas de su familia, esposa y dos hijas.
El trabajo empieza con la perforación del socavón, un minero o campañista extrae las rocas desde las profundidades, lo traslada a la chancadora para triturarlos en piedras pequeñas. Estos trozos son saqueados en costales y trasladados a los quimbaletes para moler la piedra hasta convertirlo en polvo. El minero debe pagar 70 soles de jornal al moledor.
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La piedra convertida en polvo es mezclada con el mercurio para separar el oro y para desechar los residuos es colocado en un mantel con el fin de que el oro no se pierda con el agua, sino que permanezca en la tela, proceso que se denomina como “el ahorcado”.
Finalmente, tras obtener el mineral puro se traslada para la venta a quienes se les conoce como los quemadores, estas personas a su vez se encargan de procesarlo para que el mineral alcance su color amarillento y los vendan a las empresas.
Suerte
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Un minero trabaja por campañas que duran 15 días, tiempo en el que debe obtener entre 15 a 20 gramos de oro para ganar bien o “golpear bien”, como dicen ellos, pero luego de cargar varias toneladas de piedra. Cada gramo de oro cuesta entre 120 y 150 soles, lo que significa que a la quincena ganan un promedio de mil 600 a 2 mil soles.
Pero si obtienen entre 8 y 14 gramos, significa que “pateó latas”, obteniendo menos de mil 500 soles. “Todo depende de la suerte, hay campañas buenas y malas”, dice Jesús. Sin embargo, gran parte de este ingreso obtenido del uso de la fuerza, se gasta en servicios básicos como el alquiler de vivienda, la alimentación, porque la vida en las labores mineras, o localidades como Secocha, es costosa.
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Un plato básico de comida supera los 10 soles, el alquiler de un pequeño cuarto supera los 250 soles. El precio del agua para el consumo humano es costoso, un tanque trasladado desde un pozo de Urasqui cuesta 25 soles y la parte alta como Posco Misky llegó a costar hasta 120 soles, tras el huaico. Otros mineros trabajan directamente con las concesionarias o dueños de labores mineras y ellos pagan el jornal a un aproximado de 120 soles al día.
Las pallaqueras, son otras trabajadoras, en su mayoría mujeres, quienes también llegan a Secocha en búsqueda del oro. Ellas buscan y cargan las piedras con mineral, de los desmontes que desecharon de los socavones, pero tras juntar gran cantidad de piedras, provistos de un costal y combo pequeño, hacen el mismo proceso antes descrito para conseguir el mineral. En algunos casos, ellas pueden tener mejores ingresos que los mineros de socavón.
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Informalidad
Según el gerente de Energía y Minas, Yakir Rozas, Arequipa tiene 17 mil personas inscritas en el Registro Integral de Formalización Minera (Reinfo), de ellos, 3 mil 115 están en Secocha, pero ninguno terminó de formalizarse.
A la mayoría les falta presentar el Instrumento de Gestión Ambiental para la Formalización de las Actividades de Pequeña Minería y Minería Artesanal (Igafom). El mayor inconveniente es que muchos laboran en concesiones de terceros. Desarrollan la actividad, pero sin tener el contrato de explotación inscrito en la Sunarp.