¡Cinco minutos!, alertan soldados desde el cruce de las avenidas Jesús, Kennedy y Los Incas, a los pocos peatones que avanzan veloces por la zona. Aún es de día y en otras circunstancias el lugar sería un bullicioso tramo del transporte público, pero ahora la vía solo extiende un nervioso silencio. Una atmósfera repetida por toda la ciudad que se encierra en sus casas para cumplir el toque de queda desde su inicio, a las seis de la tarde.

La medida, que refuerza el estado de emergencia decretado en el país para evitar la propagación del coronavirus COVID - 19, prohíbe la circulación de personas hasta las cinco de la madrugada del 13 de abril. Solo el personal de Salud, de producción de alimentos, de servicios básicos, de medios de comunicación, entre otras pocas ocupaciones pueden trasladarse sin ser detenidos.

CONTROL. Para detectar a los infractores es que lugares como “El cruce”, que demarca los límites de los municipios de Mariano Melgar, Paucarpata, Cercado y se ubica a pocos metros de la frontera con José Luis Bustamante y Rivero, son empleados por las Fuerzas Armadas y la Policía, para garantizar que se acate la prohibición de los desplazamientos.

Quienes patrullan las calles aseguran que desde la ampliación del estado de emergencia, son menos los que violan las ordenes de resguardarse en sus hogares. “Las primeras semanas si había bastante gente que no hacía caso, pero ya no tenemos tantos problemas”, cuenta un agente que patrulla en la zona.

Camionetas y motocicletas recorren alumbrando las calles vacías con sus luces rojas y azules. Si observan personas caminando se acercan. Mientras exigen identificarse y la justificación formal para su tránsito, piden mantener la distancia de un metro. Si no los papeles, se van detenidos a la comisaria del sector.

VARADOS. Existen coladeras. Tal vez permitidas por la solidaridad de los propios agentes ante personas sin hogar en la ciudad.

Así lo creen Fredy Bustinza (40) y Felicia Mamani (26) quienes llegaron a la Arequipa cargando a sus dos menores hijos la noche del último miércoles, desde un campamento de minería informal en Chala.

Habían pasado los últimos 15 días agotando sus ahorros en el cuarto donde se alojaban, esperando reanudar sus labores, paralizadas por el estado de emergencia. Cuando este se amplió, cogieron sus cosas y salieron caminando por la Panamericana Sur.

Llegaron luego de 48 horas en tramos recorridos a pie y otros apoyados por vehículos que los acercaron a la ciudad, comiendo poco y mal.

En el sector de Añashuayco, dijeron que se dirigían a Juliaca, donde tienen familia y casa. “Ya no podíamos quedarnos más tiempo. Se nos acababa la plata y no había mucho de dónde comprar”, menciona Fredy Bustinza.

Pese a la prohibición de viajes nacionales, la familia esperaba encontrar la ayuda de algún transportista. Felicia Mamani contó que viajeros como ellos no tuvieron problemas en los controles en Caravelí y Camaná cuando estaban en vehículos. “Es por el retorno. Hay mucha gente en las minas que no tenemos nada ahí y queremos volver donde pasar este tiempo de cuarentena”, manifestó.

En el puente Añashuayco, un retén de la Policía Militar supervisa la carga de los camiones. Piden documentos a los conductores, abren sus portones y echan un vistazo adentro para comprobar el producto que movilizan. Afirman que no han visto infractores saliendo o llegando en estos vehículos.

Sin embargo, varios kilómetros más adelante, pero durante el día, en el sector La Pascana, en Yura, viajeros varados, naturales de Puno en su mayoría, intentan acordar con los transportistas el aventón hasta sus poblados de origen. A veces lo consiguen, pero son más los que continúan en la ciudad.

PARALIZACIÓN. Así, sin transporte y con los comercios vacíos, la ciudad luce fantasmal. Pueden ser las ocho de la noche, pero todos sus rincones mantienen un aspecto de madrugada.

En la avenida Ejército, otrora ruta de restaurantes, tiendas y centros comerciales, y que es una vía de paso hacía el populoso Cono Norte de la ciudad, no hay ni un transeúnte. Solo policías y soldados que han cerrado la pista con conos naranjas y controlan que los pocos vehículos que recorren de noche, tengan sus autorizaciones correspondientes.

Un efectivo de la comisaria de Yanahuara cuenta que los mayores problemas en el distrito ocurren luego de las 12 de la noche, cuando vecinos los llaman para quejarse de alguna fiesta en las casas de la jurisdicción. Pese a tener las cifras más altas por contagios de coronavirus en la ciudad, estás infracciones son recurrentes en el distrito y cada día se detienen a varios jóvenes por violar las restricciones gubernamentales.

Cuadras abajo en el puente Grau, punto donde se suele encontrar carros con dirección a Cayma y Cerro Colorado, hasta las tres de la madrugada, ahora no tiene a nadie y ese vació es el mismo por todo el centro histórico.

Tal vez la noche temprana en la plataforma comercial Andrés Avelino Cáceres refleja más que cualquier otro punto, esa paralización que sufren las actividades económicas.

Donde hace semanas la congestión vehicular demoraba a los carros más de media hora en avanzar un par de cuadras, o las vías estaban tomadas por vendedores ambulantes, solo quedan montículos de basura en las esquinas y numerosas jaurías de perros, que toman para sí las pistas, despreocupados de se arrollados por vehículos que ya no avanzan en la zona.

Muy cerca de ahí, los terminales formales e informales de la ciudad, han dejado de movilizar más de un millón de personas durante esta emergencia.

Por el lugar pasa un loco gritando ¡Juliaca, Juliaca! mientras se dirige a un paradero para tumbarse sobre una banca. Hace semanas que no ve partir un carro. Reniega de los policías gesticulando insultos y se incorpora para volver al lado de los terminales. La ciudad está en silencio y como si fuera un viejo recuerdo, en la soledad de la calle, el loco repite ¡Juliaca, Juliaca!

(FOTOS: Eduardo Barreda/Correo)