La pobreza se produce y reproduce en el marco de relaciones sociales condicionadas históricamente por la influencia del mercado y el Estado (Alberto Cimadamore)
Así lo entendió un grupo de 13 alumnos del curso Introducción a la Economía y Negocios de la carrera de Ingeniería Industrial del Tesup, quienes decidieron dar forma a un proyecto social para ayudar a la familia Kcana Cuyo, en el Cono Norte.
Conocieron la historia por los medios y las redes sociales. Santos Leandro, Kcana Pumachara, de 40 años, trabajaba como transportista en Lima Norte y hacía bloquetas, hasta que en el 2014 le diagnosticaron Fibrosis Pulmonar. Tuvo que dejar de laborar y vender el lote que ocupaba en Guardia Republicana de Ciudad Municipal y se fue, junto a su familia a Villa San Juan, en el Cono Norte.
Gastó todo su dinero en el tratamiento, pero no mejoró y hoy depende de un balón de oxígeno para seguir viviendo.
Lucía Cuyo tiene 41 años, es esposa de Santos y como él, es del Cusco. Lo que consigue trabajando como lavandera no le alcanza para mantener a su hogar y atender el tratamiento de su esposo; tienen 6 hijos, todos menores de edad.
EL APOYO. El caso llamó la atención de los estudiantes y más cuando supieron que tres de los menores habían sido retirados del colegio estatal por una deuda de 150 soles. Entonces, trazaron un plan, darían apoyo a la familia, pero querían algo permanente, no solo de asistencia temporal. Era agosto de este año.
El profesor José Rojas señala que en el proyecto, lo que los estudiantes buscaban era poner en práctica lo aprendido. Joel Ccapacca, Ivan Charca, Cesar Huamaní, Walter Ccoa y Darwin Calli, son algunos de los alumnos que intervinieron en este objetivo. Lo primero que hicieron fue verificar que la historia era cierta, luego analizaron todos los pormenores y reconocieron la situación de pobreza de la familia, pero sobre todo, las ganas de la madre y la hija mayor de 15 años para salir adelante.
Decidieron entonces comprar un carrito sanguchero para la familia y con esto iniciar un plan de trabajo que fuera sostenido y rentable. Lucia Cuyo había trabajando antes alquilando un carrito sanguchero, pero debió entregarlo porque por atender al esposo, no podía trabajar todos los días, ahora, la situación era diferente.
Los jóvenes demoraron 10 días en planificarlo todo y se pusieron a trabajar. Compraron uno de estos coches y lo donaron a a mujer para que empezara a trabajar, luego, buscaron la licencia a para que se instale en la Av. Mariscal Castilla y le enseñaron cómo debía hacer para administrar los recursos, para lograr mayor rentabilidad en su trabajo. Ahora piensan en comprar una mochila que ayude a Santos a cargar el pequeño balón de oxígeno que requiere para respirar y una silla de ruedas, lo que le posibilitaría cumplir algunas tareas, como la venta de golosinas para contribuir a la economía familia.
Siempre vemos personas que pasan problemas, pero no sabemos qué hacer, ahora estamos dando una alternativa que esperamos pueda repetirse, señala Walter Ccoa, y a eso se suma el comentario de Darwin, que lo que aprendieron en el curso es no solo el valor de la economía, sino que las decisiones que se adoptan desde el nivel central, repercuten decisivamente en la situación de los que menos tienen.
No se trata de dejarlos de lado, hay que integrarlos, darles una oportunidad para surgir, enseñarles y acompañarlos en este proceso, alega César Huamaní.
LA LECCIÓN. "El objetivo del proyecto era que ellos (alumnos, conocieran el campo, que vean cómo viven los pobladores en estado vulnerable y ver cómo la economía los afecta o los favorece, pero además, lo que los estudiantes lograron fue ir más allá y generar una cadena de valor, porque esperan que este proyecto tenga ese impacto, que genere una corriente entre aquellos que pueden hacer algo por los demás dándoles una herramienta de trabajo, señaló el profesor Rojas.
Y parece que la lección fue aprendida, han decidido no dejar de lado el apoyo a la familia y ahora van por el apoyo a la hija mayor, para que al terminar sus estudios, pueda también trabajar. Pero la mayor lección fue para ellos la de Lucía, quien hasta ahora no aprendió a leer ni escribir, pero que junto a su hijo de primer grado, comienza a reconocer las letras, está empeñada en aprender, porque sabe que eso la ayudará a ser mejor en adelante.