“Vamos a tomarnos un café. Antes habían buenos cafés por aquí cerca de la plaza. Pero no hable usted de mi vida porque se asustan las beatas... (Risas)”, dijo el escritor mistiano Oswaldo Reynoso, quien visitó su tierra natal el pasado jueves.
Se acomodó en una silla enjuta. Pidió dos tazas. No dejó de observar a las palomas que volaban de un lado a otro; el bullicio de los autos acelerando en las calles; las sonrisas de los niños correteando a lo lejos. “Me agrada mucho volver a mi ciudad natal. Se venir con alguna frecuencia. La última vez que estuve aquí fue por la Feria del Libro del año pasado. Y luego también me agrada estar sentado en una de las banca de la Universidad San Agustín donde yo estudié letras, los dos primeros años, antes de viajar a Lima”, comentó Reynoso.
LOS MILAGROS. Las tazas llegaron, humeantes, despidiendo un aroma reconfortante. Dio pequeños sorbos, y volvió a hablar; ahora, de sus libros, en los que siempre tiene presente a la Ciudad Blanca. “Para mí es un cúmulo de recuerdos de mi infancia, mi juventud y de estudiante”, precisó.
Parecía pensativo, como perdiéndose entre imágenes nebulosas. Respiró profundo. Con la voz pausada, comentó que desde que se hizo escritor, lo que más le costó fue hacerse respetar. “Yo siempre digo que hasta ahora no ha nacido el crítico que pueda privarme del placer que me produce crear”, señaló.
De su bolso sacó un libro. Se leía en la portada “En octubre no hay milagros”. Nuevamente se pierde en sus recuerdos. “Este año se cumplen cincuenta años desde que la publiqué. Siempre me preguntan si creo que en octubre hay milagros; ahora he llegado conclusión que en octubre sí hay milagros, porque esta novela me ha hecho un milagro: hasta ahora sigo teniendo lectores, y ya he perdido la cuenta de las ediciones que se han hecho de mi libro, y eso en el Perú es un milagro”, finalizó, dando un último sorbo.