Félix Quinteros Ferreyra, de la Asociación José Sebastián Barranca Lovera, tiene una misión. Está decidido a sembrar un millón de huarangos en las márgenes de la carretera que va al naciente poblado de la Tierra Prometida hasta diciembre.
Para cumplir con el desafío ha empezado a vender pequeñas bolsitas que contienen seis semillas de huarango, tres bolsas negras y el instructivo para cultivar la milenaria planta, propia de los áridos desiertos del valle iqueño.
El entusiasta iqueño realiza esta campaña junto a sus hijos Julio, Miguel y Ana Quinteros. Ellos, afirman, han tocado las puertas de la Dirección Regional de Educación para que los sobres con las semillas sean vendidos a los escolares a un sol y así financiar la iniciativa que nació hace más de 40 años.
“Lo recaudado es para financiar el transporte del agua y regar los plantones por hasta tres años, pasado ese tiempo, el huarango ya puede captar la humedad del ambiente por su propia cuenta”, dice Quinteros.
La asociación solo espera el financiamiento para empezar a retirar los miles de plantones de su vivero ubicado camino al balneario de la Huacachina. También se deberá cultivar para cumplir el reto del millón de huarangos.
Félix Quinteros recuerda que hace varias décadas atrás los desiertos iqueños tenían inmensos bosques de huarango, “la milenaria planta guerrera del desierto” como la califica él y que actualmente es víctima de cruel depredación por los carboneros y por el crecimiento urbanístico que ha ido talando las pequeñas poblaciones de este árbol.
“Los desiertos entre Pisco y Nasca eran bosques enormes, así dice el cronista Pedro Cieza de León en 1548. El padre jesuita, José de Acosta, en 1580, también se sorprendió con los bosques de algarrobo”, señala.
Y para evitar alguna confusión explica que el algarrobo y el huarango se refieren a la misma planta, solo que el primero es una palabra impuesta por los españoles y huarango viene del idioma yunga que se hablaba entre los pobladores de la costa peruana.
VARIEDADES. En más de 50 años Félix Quinteros ha realizado estudios a este árbol y ha identificado diversas variedades y tiene en el vivero 15 de las mejores variedades recolectados en sus viajes por todo el Perú y que esperan para ser sembrados.
“He contado 28 variedades en toda mi vida, empezando por la forma del tallo, altura, fruto, tamaño de hoja. Hay huarangos rastreros, otros con espinas y otros sin espinas. Todas están en peligro”, señala.
Este entusiasta servidor de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica inició con la siembra de huarangos varias décadas atrás preocupado por la tala indiscriminada de los carboneros y que, según denuncia, en los últimos años se ha intensificado.
“Los carboneros los están matando. Lo talan pero no siembran”, dice mortificado. Durante los últimos 50 años ha cultivado centenar de huarangos sin ningún apoyo. Hoy necesita financiamiento para su sueño de reforestar el desierto de Ocucaje y Yauca del Rosario.
Recuerda con tristeza los extensos días soleados que solían pasar con el ya fallecido norteamericano David Bayer sembrando huarangos en la quebrada de Cansas, donde muy pocos plantones lograron sobrevivir por la falta de agua.
Dice que antes de la reforma agraria, el sector de Macacona, era un extenso bosque de huarangos donde se podía recoger las semillas.
La Victoria es otra zona donde sembró 600 plantones pero que los chivatos (cabras) errantes terminaron por devorar en pocas horas el pequeño bosque que se pensaba formar.
Quinteros asegura la huaranga, fruto del milenario árbol desértico tiene muchas vitaminas, minerales y proteínas que evita la desnutrición.
“La vaina puede ser partida y echada al quacker. Es muy nutritiva y debería ser el caramelo de los niños”, señala.
Reitera que es un alimento nutritivo que era consumido por los antiguos pobladores de las culturas Nasca, Ica, Paracas y Chincha.
“En los intestinos de los cadáveres hallados en las huacas, se encontró restos de la huaranga”, comenta.
En abril último, Félix Quinteros sufrió la mordedura de una víbora cuando plantaba huarangos en Ocucaje y se pasó cuatro días internado en el hospital.
Pese a la mala experiencia, afirma que seguirá cultivando más plantas para recuperar los bosques en el desierto.
“Los cogollos del huarango y las hojas de toñuz eran chancados por los antiguos iqueños y se tomaban como antídoto contra el veneno de las serpientes. El huarango tiene propiedades medicinales”, asegura.
MUERTE. El iqueño ha lamentado la muerte del huarango milenario y responsabilizó a las empresas turísticas que, para permitir que los turistas se fotografíen en los enormes troncos, retiraron los panales de avispas y la plaga terminó por matar el árbol.
“El huarango tiene una especie de hormiguita llamado pulgón que se come las hojas, y para evitar esa depredación las avispas se las comen. Existe un equilibrio. Con las avispas retiradas, el pulgón terminó por matar a la planta hace cinco años. Las hojas son las narices de la planta”, explica.
Por ahora, Félix Quinteros está esperando a la luna creciente para empezar a cultivar los huarangos en el vivero de la Facultad de Agronomía, porque, según afirma, sus rayos aceleran el crecimiento.
TRABAJO. La Asociación Sebastián Barranca Lovera tiene agrónomos, biólogos, fitopatólogos y otros profesionales para llevar adelante el proyecto de convertir la Tierra Prometida en un pulmón de la ciudad.
Nativas. La asociación también ha logrado recuperar dos plantas nativas: el boliche que en la antigüedad era utilizado para matar los piojos; y el tetillo, una planta cuyo fruto son perlitas de agua que calman la sed de los pájaros.
Vivero recupera plantas nativasEn el vivero de la Facultad de Agronomía, Félix Quinteros está recuperando el pallar gentil, cuyo fruto se parece al frejol y en una vaina puede contener hasta 14 semillas. “Los agricultores han dejado de cultivarlo porque el pallar común es más grande y por lo tanto es más comercial”, dice.
Además dice que el pallar Gentil no es atacado por la plaga.
El otro tipo de pallar que intenta rescatar y masificar es el pallar Sol de Medianoche, llamado así por ser mitad blanco y negro.