Aquella noche
Aquella noche

El nerviosismo era inevitable. El tuit, que anunciaba cómo recibiría el partido más importante de estos últimos 35 años, también: “Veremos el partido en la redacción de @diariocorreo. Este puede ser el cierre de edición más glorioso de mi vida”.

Y lo fue. Pero a esa hora había que ir por la pizza, una de tamaño familiar, más grande de lo habitual, para los soldados que nos quedaríamos en la redacción esperando el partido de nuestras vidas. Y no éramos los únicos. Una decena esperaba también su turno. Y la hora se aproximaba, apenas faltaban minutos para el inicio.

Temíamos que el inicio del encuentro nos agarrara allí. Pronto, desde la pantalla del céntrico local, se anunciaba la salida de los jugadores. Pronto, de un momento a otro, llegó el himno nacional y todos mirábamos atónitos y emocionados, con la mano moviéndose sola hacia nuestros respectivos corazones.

La pizza ya estaba. Y también la Coca Cola. Era cuestión de regresar mientras iniciaba el partido.

No pudimos ver el disparo al palo de Advíncula, pero sí el resto. Los ataques incesantes, los cambios de ritmo y de juego, esa atronadora música bicolor que se plasmó en el campo durante los primeros treinta minutos de juego.

Y el gol con alma de Guerrero de la “Foquita” Farfán, ese grito al unísono que solo el fútbol y un gol como ese pueden conseguir.

La angustia, el silencio, el grito, la crispación. El descanso. Las idas y vueltas, la sensación de estar en el camino correcto, pero a la vez de no tener nada seguro aún.

Y el segundo gol de Ramos. Otro golpetazo impulsado por todo un país dentro del área.

Los minutos siguieron transcurriendo, la pizza apenas se hizo sentir mientras era masticada, la Coca Cola no calmaba la sed ni la ansiedad. Quedaba poco, ya casi no quedaba nada.

Hasta que acabó.

Y todo comenzó.

El cierre de edición mantenía controlada la ebullición interna. El abrazo final ya había terminado. La portada lista, el juego terminado, la emoción contenida. Estábamos en el mundial, era increíble, pero había que cerrar primero el quiosco para procesar esa nueva verdad, esa sensación inédita.

“¡Perú al Mundial!”

Edición cerrada.

Afuera, la fiesta no había hecho más que comenzar. Los autos, taxis y vehículos particulares, camionetas y motos desfilaban con sus bocinazos, sus banderolas flotantes, sus caras y sus gritos desde las ventanas, a viva voz. Todos éramos un puño. Todos bregaban hacia el mismo lado, con un mismo corazón latiendo.

Dicen que el fútbol es lo más importante de lo menos importante. Lo cierto es que nunca, en mi vida, había visto a los peruanos más felices; nunca como aquella noche.