Este es un libro cargado de simbolismos personificados en el tiempo, en la colina, en el camino, en los árboles, el pasto, las flores…
Este es un libro cargado de simbolismos personificados en el tiempo, en la colina, en el camino, en los árboles, el pasto, las flores…

Muy pocas veces la poesía nos arrulla en sus sonidos e imágenes y nos devuelve a la vida con mayores esperanzas. CAMINAR A LA HUERTA, de Milene Alfaro, es la excepción. Su lenguaje sencillo, cargado de amor por la naturaleza y por la vida, logra eso y mucho más.

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En este libro, la poeta reúne cuarenta y siete poemas, organizados en tres secciones. Pero, si bien los poemas están organizados de este modo, Milene Alfaro parece decirnos que ese “caminar hacia la huerta está (o debe estar) impregnado de esperanza”.

Como podrán darse cuenta cuando lean el libro, la denominación de cada sección encierra un concepto preñado de sentidos y sentires: un verbo en infinito (“caminar”) que nos devuelve la conciencia hacia ese transitar inexorable por la vida; un sustantivo (la “huerta”) que nos impele a abrirle nuestro corazón al mundo y a la naturaleza; y un sustantivo tan vigoroso como la “esperanza” que nos devuelve a la vida y a la trascendencia de ese caminar.

Es que, para la poeta Milene Alfaro, CAMINAR es “buscar lo sagrado de la vida”; es “compartir frutas del cesto con los amigos”; es “Levantar esa alma/ que se dobló en el suelo/ superar la envidia/ escondida en la manga/ superar el desánimo/ detrás de una sonrisa”. Y la HUERTA es aquel apacible lugar que “el celeste firmamento cobija” y que “despierta gritando con el río”. La huerta personificada es un espacio donde “El silencio mágico se transforma/ en balidos y lamentos lejanos”.

Pero, CAMINAR A LA HUERTA no solo hace referencia a una acción y a un destino. Sus poemas y los versos que los componen simbolizan el discurrir de/por la vida, en un encuentro dulce con uno mismo y con la naturaleza: “los pies pegados en el suelo/ vaciando penas/ entretejiendo historias…”.

Este es un libro cargado de simbolismos personificados en el tiempo, en la colina, en el camino, en los árboles, el pasto, las flores…, en el Sol, la tierra, las semillas, los animales, los frutos…, en las arrugas de nuestro rostro o de nuestras manos, en el “nido vacío” …

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Pero, como ya dije, ambos términos/conceptos están iluminados por un sentido de mayor trascendencia y vitalidad: la ESPERANZA. Este concepto, asumido por el yo poético, encuentra eco en una avecilla, a quien le exhorta:

Deja secar tu corazón/ mojado por tanta pena/ deja que tus ojos sonrían/ para avizorar horizontes celestes”, pues gracias a ese aliento “Tu ser/ se alegra con la luminosidad/ de una estrella/ tu mirada se limpia/ de la bruma/ y ríes plenamente/ colmando de colores el firmamento.”

Yendo más al detalle, diré que la primera sección (CAMINAR) representa nuestro tránsito por la vida, con sus devenires y cotidianeidades. Pero, al mismo tiempo, la trascendencia de ese tránsito y su continuación en la eternidad.

Destacan aquí el disfrute pleno de la mujer (“Ahora puedo mojar mis labios/ con el rocío de una hoja/ correr por los montes sola/ sin ser perseguida”), la importancia vital de la maternidad (“El universo se estremece/ con el llanto infantil/ mis pechos llenos de leche/ calman su sed”) y la dulce aceptación del término de nuestra estancia (“Me siento en la orilla de la vida/ bajo los fresnos del olvido/ camino sin retorno/ pisadas agotadas por el tiempo/ doblo la esquina y desparezco en la calle/ la muerte me coge de la mano/ cruzando el puente hacia la luz/ traspaso la puerta hacia la eternidad”).

La segunda sección (LA HUERTA), por su parte, representa las huellas de nuestra convivencia con la naturaleza y, simultáneamente, aquellos signos de nuestros (des)encuentros con la cultura y con nuestras historias. En medio de todo ello, resuena el eco de la añoranza y el dolor por lo que ya no es: “Recuerdo que duele profundamente/ de naranjales, cafetales/ bañados por el río/ ahora encuentro/ cardos y cactus/ siembra de maguey/ dueños del patio de la choza/ el fogón triste/ con aroma a ceniza fría/ limas secas regadas/ entre las piedras/ y a los inquietos tordos/ con la canción de siempre.”

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No obstante, la naturaleza y el hombre se aferran a la vida y a esa umbilical conexión con la trascendencia: “¿Cuándo será regado/ este reseco corazón/ para sentir las caricias de la tierra?”. “¿Acaso entre las montañas/ está escondido el secreto/ de los andes?”. “El agua discurre/ por la quebrada/ llevando duras fatigas/ lavando ásperas manos. // Los niños entretenidos/ saltando hormigueros/ comiendo moras/ recogiendo leña/ sin mirar el horizonte/ donde se esconde el futuro.”

La tercera sección (ESPERANZA) simboliza el estado de la existencia: “No bailo bajo el aguacero/ bailo con el aguacero/ me lleva cadenciosamente/ me ciñe de la cintura con frialdad/ calándome hasta el alma.” Al mismo tiempo, expresa la vitalidad, el desafío de la existencia y la necesidad de transitar más allá de lo visible: “Vengo del este donde nace la luz/ buscando el secreto del universo/ escondido en cosas pequeñas e invisibles.

Definitivamente, CAMINAR A LA HUERTA es un libro que debemos “leer a la luz del viento”, con el espíritu libre, con la alegría de vivir y con la esperanza de trascender.

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