La Libertad: El drama del policía ante la indiferencia y el virus
La Libertad: El drama del policía ante la indiferencia y el virus

“¿Estoy preparado para morir?”, se pregunta el policía José Luis, mientras la camilla va a galope por los pasillos ceñidos e inundados de alcohol de la clínica San Antonio de . “Tiene saturación de oxígeno de un setenta y tres por ciento”, oyó decir a un médico con la sangre helada, sin inquietarse.

“Si queremos salvarlo tenemos que derivarlo de emergencia a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de otro nosocomio”. “Pero, doctor, el paciente no sale de esta”, acotó una enfermera. El doctor le regaló una mirada cargada de cólera. “Yo opino en base a los historiales clínicos de los pacientes que llegaron con ese nivel de saturación. Y las estadísticas dicen que, de todos los internados con baja saturación, ni uno ha salido con vida”, continuó la enfermera, como si el paciente tuviera los oídos tapados de cera.

La clínica lo echó del edificio cubierto de lunas azules y sucias. “Le ruego que lo tengan un ratito más, yo estoy coordinando su traslado”, dijo su colega de armas. Marcó a la casa de todos los policías, al policlínico del Trujillo.

Después de cinco llamadas, escuchó: “Hola… me brinda su nombre del paciente con covid-19… copiado… en cinco minutos llega la ambulancia de la sanidad”. El policía no corrió a alborotar a las enfermeras, “tengan todo listo para la salida rápido de José”.

Sabe que ese corto tiempo en hora peruana se convierte en media hora. A la una de la tarde se asomó la ambulancia, con un personal preñado de excusas: “Ni de loco ayudo a alzar la camilla, no cuento con el equipo de protección adecuado. Solo tengo una mascarilla de repuesto”, dijo Cubas Medina. “Qué triste que el virus saque el lado más vil de los humanos, el egoísmo. Por eso no está ganando la batalla el bicho verdoso. Yo voy a sacarlo, aunque sea cargado en brazos”, dijo.

José se tuerce de dolor. La alta fiebre lo hace temblar, sus dientes truenan. “Tío, el dolor es medio juguetón, me sacude los huesos, me dobla las costillas y, por último, corre a las rodillas y a la punta de mis pies. Me voy a morir, ¿verdad?”, consulta. “No hables huevadas, tú te vas a sanar, ya verás, huevón. Ahorita mismo he venido a sacarte de aquí, porque nos vamos a UCI”, cerró el policía.

José esboza una sonrisa de agradecimiento. Vuelan a la ambulancia. “Abra la puerta y retírese, no vaya ser que se contagien con solo mirarlo de lejos. Ah, y otra cosita, sus familiares quieren saber en qué nosocomio lo van internar”. La enfermera encogió exageradamente los hombros. “Eso no han coordinado con nosotros. Solo pidieron que les ayudemos en el traslado y a eso venimos”, finalizó. “Por la puta mare, esto no puede ser cierto –dijo el policía–. Mi hermano policía ya no aguanta más, escúchelo cómo se queja, ¿no les duele eso? En fin, muévete rápido al hospital Regional, ahí hay cuidados intensivos”, concluyó.

EN EL HOSPITAL

Otro dolor de cabeza en la puerta de emergencia del hospital. “Tenemos una orden estricta del personal médico de emergencia de no dejar ingresar a ningún paciente covid-19. No hay camas y oxígeno”. “Pero cómo va a decir eso, si hace unas horas el gobernador regional, Manuel Llempén, le informó a Vizcarra que ningún hospital ha colapsado y que hay oxígeno”, dijo el policía.

La carcajada del agente de seguridad se apoderó del ambiente: “Amigo, ya me estoy cansado de repetirle que no lo voy a dejar ingresar. No pierda su tiempo y mejor vaya a otro hospital de la ciudad”. “Ah, no, señor vigilante. Eso es un abuso, en su delante voy a llamar a la fiscal de turno de Prevención de Delitos para que tome cartas en el asunto”, advirtió.

La de la contestadora lo mandaba a la casilla de voz. En tiempos de pandemia la mayoría de autoridades apagan los teléfonos y así evitan salir a la calle.

La primera negativa no rompe la terquedad dura del policía. Marcó a la fiscal, jefa de Control Interno del Ministerio Público, Rosa Vega. “¿Cómo que no responde? En el acto me comunico con el fiscal de turno para que tome conocimiento de los hechos”, aseguró en un tono amable y cooperativo. Después de un corto tiempo, devolvió la llamada la fiscal para indicar que no pudo entablar diálogo con el fiscal. “Voy a seguir buscando la forma de comunicarme con él y en cuanto lo logre me comunico con usted”, precisó. Pero eso nunca ocurrió.

“Llévenme a mi casa para cerrar tranquilo mis ojos”, dijo José. “Deja de decir huevadas, tú ingresas al hospital, porque ingresas. Yo voy a llamar a la Diviac para que nos brinden apoyo”.

Al ver que las cosas se ponían verdes como el coronavirus, un vigilante fue a traer al médico Alejandro Zavaleta Rojas. “No hay camas ni oxígeno, ningún paciente puede ingresar”, dijo. “Doctor, la salud de mi paciente es crítico. Por favor, ayúdelo”. El médico, desoyéndolo, solo ordenó a los vigilantes que no abran la puerta y no dejen ingresar la ambulancia, no importa que sea de la Policía.

El paciente siguió clamando por oxígeno durante veinticinco minutos. Los refuerzos se vieron obligados a hacer un informe policial de todos los hechos. “Me brinda sus identificaciones de todo el personal de seguridad y del médico de turno, porque voy a dejar constancia de lo ocurrido, y si por alguna desgracia muere el policía, ustedes serán culpables”, notificó un policía.

Repentinamente, se acercó hacía los vigilantes un médico y les pidió que dejen ingresar a la ambulancia. “Vamos a buscar la forma de atender al paciente”. Justo cuando cruzan la puerta, ven al fondo pasar a galenos con balones de oxígeno hacía las carpas donde descansan los pacientes con coronavirus. “Por fin, les van a suministrar oxígeno a todos los pacientes”, dijo un vigilante. “Ya ves que se pudo, amigo, con un poquito de fuerza todo ingresa”, dijo el policía. “Y sabes una cosa, el virus no es tan letal, lo que mata es la inacción de esos usan chaqueta blanca sin sentir la vocación de médicos”, cerró.

Hasta el cierre de esta edición, José, el policía, lucha por su vida en una cama del hospital Regional.