Como cada 8 de mayo, hoy se celebra el Día de la Madre y ante ello, rendimos homenaje a tres valientes madres trujillanas.
Lesly Chuquiviguel Moreno, S1 PNP
Algunas de las conclusiones que Lesly hace como mamá es que Asael, de nueve años, es su maestro de vida, su guía, su inspiración.
Asael, cuenta la trujillana, significa “lo hecho por Dios”. Es un nombre de origen hebreo y para ella, es también su historia, el libro cuya tapa tiene tinta indeleble y páginas que no se cerrarán nunca.
Lesly expone su vida en la Unidad de Servicios Especiales (USE). Es policía de choque. Mide 1.75 metros y detrás de ese escudo que coge con fuerza cada vez que su figura se confunde en una manifestación, tiene grabada la sonrisa que Asael le regala todas las veces cuando se encuentran en casa junto con Fausto, su esposo y también policía.
“Los días festivos mi familia sabe que no siempre estaré presente, pero el hecho de ser policía no me quita la sensibilidad de ser madre”, enfatiza.
Lesly no tardó en contagiarse de Covid-19. La escasez de camas evitó que sea internada en un hospital, pero tuvo que estar aislada entre cuatro paredes. Por amor, no vio a Asael durante 14 días. Fue muy duro todo; sin embargo, tuvimos fe de que iba a salir adelante”, recuerda.
En la sede policial, Lesly sonríe. Aunque su turno recién empieza –trabaja 24x24–, sabe que pronto volverá a abrazar a Asael.
“Llevo orgullosa el uniforme de la Policía y ser parte de ella nos hace, también, tener hijos con valores e independientes”, dice.
Mishell Rodríguez Orbegoso, futbolista C. A. Mannucci
Mishell compara un gol con un parto. Es futbolista y tiene una hija, Gia, de cinco añitos.
El 30 de abril, cuando convirtió el sexto gol de Mannucci en la aplastante victoria sobre Sport Boys (8-1), corrió y le agradeció a Dios, pero tampoco se olvidó de su “bebé”, como le dice a su retoña.
“Puedo decir que fui feliz ambos días. Gia es mi única hija y frente a Boys anoté mi primer gol como futbolista profesional. No sabría explicar esa sensación que sentí cuando vi la pelota ingresar luego de cabecearla; sin embargo, lloré como lo hice cuando tuve a Gia entre mis brazos por primera vez”, confiesa.
Mishell Alessandra nació hace 25 años. Cambió las muñecas por la pelota en las calles de Florencia de Mora y puede jugar de volante por izquierda o como ‘diez’. No le pesa el puesto, como tampoco le queda grande el overol de madre.
“Como la mayoría en mi familia son hombres, me escapaba con ellos para jugar fútbol. A Gia no le gusta el fútbol. Prefiere coger la pelota a patearla, pero llegó a mi vida para completarla. Ha hecho una mezcla perfecta. Es y será mi bebé siempre”, narra.
La volante no solo juega fútbol, también es contadora. En el Perú, el fútbol femenino aún no permite vivir únicamente de pegarle al balón.
Como más de 160 mil liberteños, también le dio Covid-19. Fue cuando empezaba la pandemia y Gia no pasaba de los tres años.
“Fue durísimo. Ella se quería acercar, pero logró entender que por amor no podíamos estar juntas unos días”, cuenta.
Gia significa “guerrera de Dios” y Mishell es madre y padre para ella. Hoy celebrarán juntas.
Milagros Sandoval Rodríguez, enfermera hospital Regional
La vida de Milagros es un milagro. Cuando empezó la pandemia, les olía la nuca a los pacientes que llegaban con Covid-19, pero ella nunca contrajo el virus. Dice, además,que tiene la dicha de ser madre y tener a su mamá viva.
“Agradezco a Dios porque en mi familia nadie se contagió [de SARS-CoV-2] . Puedo estar con mi hijo y mi madre, y me siento bendecida por eso”, sostiene.
Milagros ama ser enfermera. Trabaja en el Hospital Regional Docente de Trujillo (HRDT), lugar donde todos los días la muerte golpeaba a los infectados con Covid-19.
Recuerda que cuando empezó la pandemia, en marzo de 2020, la falta de manos obligó a todo el personal de salud a enfrentarse a la enfermedad.
“El miedo a lo desconocido nos aterraba; no obstante, la motivación por ayudar a nuestros compañeros hacía que sobrellevenos el momento y salgamos adelante”, expresa.
Matías (8) es el nombre del único hijo de Milagros con Yeison , también enfermero. Los tres viven en un departamento, pero cuando inició la primera ola pandémica tuvieron que vivir separados, cada uno en una habitación.
“A la tablet que teníamos le pusimos un chip para poder vernos con él. Desayunábamos, almorzábamos y cenábamos separados. Estuvimos así durante casi ocho meses. Cuando por fin pude abrazarlo, sentí su temor a contraer la enfermedad”, relata.
Matías es también la fortaleza de Milagros. Ha alimentado su corazón y lo ha sensibilizado aún más. “Ser mamá es una vocación. Soy feliz de serlo, pero también atiendo con amor a mis pacientes”.