La mano carroñera del mercado
La mano carroñera del mercado

Escrito por: Omar Aliaja Loje 

Nos habían convencido de que la economía lo puede todo, de que la mano invisible del mercado es el nuevo tótem, el dios que todo lo puede y que todo lo controla. El dios omnipotente que reinaba con el becerro de oro del crecimiento.

Y lo creíamos tanto, que nos acostumbramos a los nuevos mandamientos. Uno de ellos, quizás el más fundamental, repetía que el Estado era ineficaz, corrupto, un demonio que hay que minimizar lo más que se pueda. Prácticamente desaparecerlo. Dejarlo todo en manos de los privados, que sí dan chamba y qué si se manejan con la eficiencia que requieren los nuevos tiempos.

Y crecimos, en efecto. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional nos bendecía, nos mimaba. Éramos un ejemplo de crecimiento en Latinoamérica y el mundo.

Hasta que llegó el coronavirus.

Lo que siempre sabíamos pero callábamos, o simplemente dejábamos de lado porque así son las cosas en el país, se reveló con dolorosa realidad: el Estado estaba desarmado y no podía gestionar una tragedia como esta. Había sido vilipendiado por años, satanizado y minimizado por años, ¿qué esperábamos?

Y entonces también llegaron las voces que indicaban que dejemos que los privados se metan en la pelea, que apoyen porque son más eficientes y pueden aportar mejor en la gestión de la pandemia. Pero los privados ya estaban dentro de esto, y no de la mejor manera necesariamente: clínicas carroñeras sacándole los ojos a la pobre gente desesperada por la amenaza de la muerte, especuladores vendiendo el vital oxígeno a precio despiadado, bancos inmisericordes cobrando los intereses de manera inexorable a las personas que no tienen trabajo o que lo perdieron en esta crisis, empresas truchas y no truchas asociándose con funcionarios para robarle al país dándoles bioseguridad bamba a policías, médicos y otros servidores.

Es decir, en medio de la tragedia continuaron con sus preceptos “sagrados”, anteponiendo el lucro a la vida, la deshumanización de las cifras de utilidades a la gente que se muere. Continuaron fieles, cual idólatras, al mercado y al becerro de oro.

Y la ironía cruel de todo esto es que son estos mismos carroñeros los que ahora también estiran la mano al Estado, los que rompen sus reglas y sus preceptos libertarios -ahora sí- cuando deja de llover como en los buenos tiempos. No tienen perdón. Pero siguen ahí, como un monstruo que se resiste a morir, aferrados a la mano invisible (y carroñera) del mercado.

TAGS RELACIONADOS