La pesadilla de Acuña
La pesadilla de Acuña

No se han cumplido ni siquiera cinco meses desde que César Acuña tomó la decisión de dejar el Gobierno Regional de La Libertad para ir detrás de aquel sueño que lo ha venido obsesionado durante todos estos años. En realidad, este sueño lo había asaltado desde que decidió aventurarse en política.

“Mi esposo quiere un día llegar a ser presidente, ese es su sueño, para eso entró en la política”, le diría la exesposa de Acuña, Rosa Núñez, hace más de una docena de años al entonces bisoño reportero que hoy escribe esta columna.

Y así ha sido. Cada movimiento hecho desde la comarca privada, con repercusión en lo público, Acuña lo ha calculado en términos políticos. Incluso su universidad, que ha llegado a ser el soporte mayor para la consolidación de su organización política.

El líder de Alianza Para el Progreso llegó al Congreso y luego, en la elección presidencial del 2006, buscó llegar a Palacio como vicepresidente de la República. Era Natale Amprimo el candidato presidencial. Pero fracasó, y quedó en el aire: Acuña no pudo ni preservar su curul en el Congreso.

Por eso vio al gobierno regional como una opción, porque se había quedado en el aire. Pero tampoco pudo postular a la Región por una cuestión burocrática. Al final, no le quedó otra opción que la alcaldía de Trujillo. Y la ganó en unas históricas elecciones que dejó mal parado al Apra.

Desde entonces, Alianza Para el Progreso se relanzó desde Trujillo y Acuña impuso su emporio empresarial y político. Fue dos veces alcalde, se convirtió en el hombre más poderoso del norte, llegó al final al Gobierno Regional de La Libertad en el proceso electoral del 2014, en un momento en que su empresa educativa y su partido político parecían estar más pletóricos que nunca.

Acuña se hizo cada vez más mediático, un polo de atracción para conductores como Gisela Valcárcel o Raúl Vargas, un invitado estelar y esponsor oficial exótico. Hoy muchos lo han olvidado en la ciudad capital, pero hasta hace apenas unos meses era todo eso allá, en Lima, desde allí.

Y por ello cuando lanzó su candidatura se convirtió en noticia inmediata, y Acuña creyó que los nuevos amigos a los que auspiciaba desde la generosidad de su billetera lo irían a acompañar de manera fiel. Olvidó que el dinero puede comprarlo casi todo, pero no absolutamente todo. Y que en una campaña no vale tener rabo de paja porque nadie podrá ocultártela, menos ahora en que las redes sociales han democratizado aún más la información.

Ahora el candidato ha visto cómo su sueño se ha convertido en una auténtica pesadilla. Porque no es solo la candidatura que se cae estrepitosamente, sino también la imagen de su empresa, de su partido, los amigos que ahora empiezan a abandonarlo porque el barco se hunde.